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El puente que lo atraviesa a lo lejos se asemeja a una pequeña media luna negra sobre un campo de azur. El oriente comienza ya a colorearse en los primeros albores del día; todo es dudoso, vago e indefinido. El paisaje, apenas esbozado, no ofrece más que los colores inciertos, rasgos confusos y formas caprichosas.

Confiesa que dormías a pierna suelta y muy a gusto lejos de tu pobrecita Elena. Que dormía, , lo confieso; pero niego que durmiera a gusto. Mientras el sueño no me rindió tu imagen no se apartó de mi pensamiento.

Quieto en su castillo; fuera de él podían tomarle por un espía, y ya estaba enterado de la prontitud con que solucionaban sus asuntos los soldados del emperador. No pudo permanecer en el jardín contemplando de lejos su vivienda. Los alemanes que iban y venían se burlaban de él.

Llegó al fin un punto en que, no habiendo habido hombre que en él reparar me hiciese, y por el que en nada mi malaventura del alma se aliviase, mi padre llegó al fin y remate de su hacienda, y no rindiéndose aún y esperando siempre el ave-fénix que conmigo había de casarse, pidió dinero prestado, que cuando los plazos se cumplieron no pudo pagar; de modo que, conocida la pobreza de mi padre, nadie fue osado a prestarle un solo maravedí; más bien los acreedores embargáronle cuanto en la casa había: muebles, tapices, carroza, y aun la misma ropa y alhajas de mi madre y mías; y como mi padre se viese en medio de la calle con mi madre y conmigo, sin poder volver a nuestro pueblo, porque en él nada nos quedaba, y sin tener otro refugio que la pobre casa de un fiel criado que de nuestras bien merecidas desdichas condoliose, enfermó, y de tal y tan grave manera, que al hospital de San Juan de Dios fue necesario conducirle; que el criado que nos amparaba no tenía fuerzas para otra cosa; y allí el desgraciado, perdida ya toda esperanza, comido del remordimiento de la miseria en que a mi madre y a nos había puesto, muriose, y de caridad le enterraron no lejos del sitio en que esta mañana fue sepultada mi desventurada madre, en ese cementerio del Salvador, adonde vos, movido a compasión por mi desgracia y mi soledad, me seguisteis.

Otra vez la vio en un teatro, al cual había él llegado a última hora. Ninguna de las pocas personas a quienes pudo preguntar sabían quién era. Esto no debía extrañar a la marquesa. Su mundo estaba muy lejos del mundo de Ángel, y los amigos de éste eran muy contados, porque muy pocos eran también los que se avenían a su manera provinciana de vivir en la corte.

La mísera engañada tiene noticia de su deslealtad, y acude corriendo á detener al culpable; pero llega tarde al puerto, en el momento en que el buque leva el áncora, y sólo oye á lo lejos las voces de su hijo que la ve y quiere volver con ella.

Al cabo creyó percibir un tenue rayo de luz á lo lejos. Marchó hacia él con la esperanza de hallar salida. Pero la luz procedía de una chimenea como aquella por donde habían descendido. Dió gritos á la boca de ella. Nadie le respondió. Gritó hasta que quedó sin voz. Sólo entonces se dió cuenta de su situación horrible.

Pero no estaba bastante lejos para que no llegasen hasta él los aires de un vals, cubriendo por momentos la voz sorda de la marea creciente. El ritmo de aquella turbadora música de baile se imponía a su espíritu enfermo y lo aniquilaba.

Aquella noche murió mi padre, mientras yo dormía oprimiendo el tesoro conquistado. ¡Pobre libro mío! A los diez años muy lejos estaba de amarlo por el valor moral de sus páginas; era el Ivanhoe, el primer romance que debía deslumbrar más tarde mi imaginación virgen de impresiones.

Eran alaridos prolongados y salvajes que cortaban como un grito de guerra el silencio misterioso: «¡Auuú!...» Y mucho más lejos, debilitada por la distancia, contestaba otra fiera exclamación: «¡Auuú!...» El payés hacía callar a su perro. Nada tenían de extraño estos gritos.