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El chirrido de la manteca en la sartén, el cortar las torrejas, el quebrar los huevos, el batirlos, el remojar en ellos el pan, el derramar el azúcar sobre las torrejas que salen calentitas de la sartén, el verter la leche ó la miel sobre ellas, etc., etc., y el considerar que todo ello, más el jarro de vino que está guardado como una reliquia, ha de ser engullido y saboreado por los pobres labriegos que lo contemplan, les produce unas emociones tan gratas que...; en fin, no hay más que ver los semblantes de la familia del tío Jeromo, olvidado ya el suceso de la nata.

No, Ricardo; esto lo demuestran los mismos animales, y si no observa a las vacas, por ejemplo; ¿ crees que una vaca a la que el tambero le quita la leche que ella formó para su ternero no sufre? ¡Sufre, che! pero se resigna. ¿Y sabes cómo lo demuestra?... ¡Comiendo de nuevo para tener leche otra vez, en la esperanza de que le alcance al hijo de sus entrañas!...

Hasta el desayuno que tomaron los seis, sentados en torno de una mesa redonda, tenía algo de exótico para los europeos de entonces, porque bebieron en hondas tazas, mezclada con leche y azúcar, una infusión de cierta hierba olorosa y salubre, que llamaban cha y que ya se traía a Portugal de los remotos reinos del Catay, que están mucho más allá del Indo y del Ganges.

Se emplean en el transporte de todas clases de artículos, y hacen viajes bastantes largos por entre las tortuosas ramificaciones de la cordillera que, para las demás bestias, serían intransitables, aunque caminan con bastante lentitud, haciendo jornadas de sólo doce a quince millas por día. Se aprovechan su carne, leche, lana y piel, siendo su lana bastante larga en el pecho y las ancas.

En la cocina todo está listo. Pide, hombre, pide por esa boca. Aunque pobre, he de poder poco si no te saco a flote, quitándote ese aspecto de muerto resucitado. Gabriel sonrió tristemente. Es inútil que te esfuerces. Mi estómago acabó. Le basta con un poco de leche, y gracias que lo admita.

21 y sacaste tu pueblo Israel de tierra de Egipto con señales y portentos, y con mano fuerte y brazo extendido, con terror grande; 22 y les diste esta tierra, de la cual juraste a sus padres que se la darías, tierra que mana leche y miel;

La niña le respondió igualmente en voz baja, con mucha amabilidad. Carmen era una niña hermosa, infinitamente más hermosa que su padre. Acababa de cumplir los diez y ocho años, y era blanca como la leche y rubia como el oro. Su madre también lo era.

Dos mujeres, madre e hija, hablaban así, acabando de poner la mesa: ¿Está todo? Falta que venga Pepe con los postres. ¿Qué le has dicho que traiga? Una caja de perada, turrón... la leche de almendras ya está ahí, la trajo la chica del café donde suele ir Pepe. ¿Y el besugo? Nadando en salsa; ahora le pondrás las rajitas de limón. ¿Qué falta? Aderezar la lombarda y traer a papá.

7 Mas también éstos erraron con el vino; y con la sidra se entontecieron. El sacerdote y el profeta, erraron con la sidra, fueron trastornados del vino, se aturdieron con la sidra, erraron en la visión, tropezaron en el juicio. 9 ¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? A los quitados de la leche. A los destetados de los pechos.

Y así mismo, por boca del profeta Samuel, mandole decir a Saúl que destruyera a los Amalecitas, sin perdonar hombres, ni mujeres, ni niños aunque fuesen de leche, a fin de no dejar rastro ninguno de ellos ni de sus haciendas. Nosotros debemos también, como un acto expiatorio, descepar de cuajo de nuestro suelo esta planta ponzoñosa.