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Negósela Sancho, y mandó que se levantase y dijese lo que quisiese. Hízolo así el labrador, y luego dijo: -Yo, señor, soy labrador, natural de Miguel Turra, un lugar que está dos leguas de Ciudad Real. ¡Otro Tirteafuera tenemos! -dijo Sancho-. Decid, hermano, que lo que yo os decir es que muy bien a Miguel Turra, y que no está muy lejos de mi pueblo.

Como tenía la acequia detrás de él, no encontraba sitio para moverse, y echaba el cuerpo atrás, pretendiendo cubrirse con las crispadas manos. El labrador sonreía como una hiena, enseñando sus dientes agudos y blancos de pobre. ¡Embustero! ¡embustero! contestaba con una voz semejante á un ronquido.

A esto respondió el labrador: -Mire vuestra merced, señor, pecador de , que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana.

REY. ¿Tenéis vos alguna queja? PELAYO. , señor, deste rocín. REY. Digo que os cause cuidado. PELAYO. Hambre tengo: si hay cocina Por acá... REY. ¿Nada os inclina De cuanto aquí veis colgado, Que a vuestra casa llevéis? PELAYO. No hay allá donde ponello: Enviádselo a don Tello, Que tien desto cuatro u seis. REY. ¡Qué gracioso labrador! ¿Qué sois allá en vuestra tierra?

A la mañana siguiente el sol asomará hermoso y radiante como hoy, el ruiseñor cantará en el ramaje, el labrador se dirigirá á sus faenas, y Eugenio volverá á ver las cosas como las veia ántes de sus fatales aventuras.

Preguntóle don Quijote si eran de algún príncipe, que así las ponderaba. -No son -respondió el estudiante- sino de un labrador y una labradora: él, el más rico de toda esta tierra; y ella, la más hermosa que han visto los hombres.

SANCHO. Emperador soberano, Invicto Rey de Castilla, Déjame besar el suelo De tus pies, que por almohada Han de tener a Granada Presto, con favor del cielo, Y por alfombra a Sevilla, Sirviéndoles de colores Las naves y varias flores De su siempre hermosa orilla. ¿Conócesme? REY. Pienso que eres Un gallego labrador Que aquí me pidió favor. SANCHO. Yo soy, señor. REY. No te alteres.

La Guardia Civil, que tiene su puesto en la calle del Labrador, se puso en movimiento; y hasta un señor concejal y un comisario de Beneficencia, que a la sazón paseaban por el barrio eligiendo sitio para el emplazamiento de una escuela, corrieron al lugar del atentado. ¡Horror y escándalo!

Cuando hay calamidades se perdonan las rentas, y el tambobo abre sus puertas, convirtiéndose en piadoso pósito, seguro remedio de la propiedad y del labrador. El viajero tiene no menos ventajas que el colono y el enfermo.

-A menos de la mitad pararé, si Dios fuere servido -respondió Sancho-. «Y así, digo que, llegando el tal labrador a casa del dicho hidalgo convidador, que buen poso haya su ánima, que ya es muerto, y por más señas dicen que hizo una muerte de un ángel, que yo no me hallé presente, que había ido por aquel tiempo a segar a Tembleque...»