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En aquel cerebro yermo y duro, cuando llegaba a retoñar una idea, echaba raíces tan hondas, que no había huracán ni cataclismo que la arrancase. Pepet sería cura y correría mundo. Margalida la guardaba para un labrador que agrandase las tierras de Can Mallorquí al heredarlas. El Capellanet inquietábase al pensar en quién podría ser el favorecido por Margalida.

que frenéticamente enamorado de doña Juana, legítima esposa del rico labrador D. Gregorio, la persigues con audaz imprudencia y procuras triunfar de la virtud y de la entereza con que ella se te resiste.

Apolo entrega después á la Fama una loa del rey, y le ordena que divulgue el renombre de la dinastía portuguesa por todos los ámbitos del orbe. El labrador Mingo dice que se halla dispuesto á hacer las veces de la Fama, siempre que ésta le preste sus alas; y cuando quiere volar, conseguida su demanda, viene al suelo lastimosamente.

En Matalerejo, en su tierra, Paula Raíces vivió muchos años al lado de las minas de carbón en que trabajaba su padre, un miserable labrador que ganaba la vida cultivando una mala tierra de maíz y patatas, y con la ayuda de un jornal.

Encuentran en una aldea inmediata á un labrador, llamado Cloro, vivo retrato del Príncipe asesinado, y le proponen hacerse pasar por aquél y casarse de este modo con Irene, para cuyo fin le entregan las cartas, que servían de credenciales al muerto.

SANCHO. Con ella tendré, señor, Firmezas de labrador Y amores de cortesano. NU

Si tu madre se emplea en adobar cerdos, mi padre, antes de hacerse rico como arriero y como labrador, guardó los cerdos en sus primeros años, porque fue porquerizo. Conque ya ves que nada nos debemos. Ya ves que es una tontería imaginar que yo te he solicitado por la bajeza de tu extracción.

Y el fervoroso cristiano que volvía del templo, lleno su corazón de místicos regocijos; y el célibe egoísta que, empuñando el roten, se desperezaba á la puerta de su casa, dispuesto á emprender el higiénico paseo extramuros; y el labrador afanoso que arreaba la yunta y dirigía el arado para abrir el primer surco en su heredad; y el bracero menesteroso ... cada cual, á su manera, saludaba con himnos del corazón aquel inolvidable Sábado de Gloria de 1878.

CONDE. No ha quedado. Por despachar ninguno. D. ENR. Un labrador gallego he visto echado A esta puerta, y bien triste. REY. Pues ¿quién a ningún pobre la resiste? Id, Enrique de Lara, Y traedle vos mismo a mi presencia. Vase ENRIQUE. CONDE. ¡Virtud heroica y rara! Compasiva piedad, suma clemencia! ¡Oh ejemplo de los reyes, Divina observación de santas leyes! Salen ENRIQUE, SANCHO y PELAYO.

¿Queréis otra cosa, buen hombre? -replicó Sancho. -Otra cosa querría -dijo el labrador-, sino que no me atrevo a decirlo; pero vaya, que, en fin, no se me ha de podrir en el pecho, pegue o no pegue.