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Todo esto, y otro tanto más que de ello se sigue por ley forzosa, al fin y a la postre resultaba caro y producía hondos desgastes, si no del pellejo, cuando menos de la sensibilidad moral, aun tratándose de un mozo como yo, que en ningún cuadro aspiró a ser figura de primer término, ni a levantar media pulgada sobre la talla común de la masa de espectadores; y esto, no por virtud, sino por exigencias de mi temperamento.

No podía sosegar; tenía ahora más miedo que en los primeros años de casamiento, cuando las corridas eran para ella como pedazos de existencia que le arrancaban la inquietud y la temerosa espera. Le decía el corazón, con ese instinto femenil pocas veces erróneo en sus temores, que iba a ocurrir algo grave. Apenas dormía; pensaba con miedo en las horas de la noche cortadas por sangrientas visiones.

Salvador participaba en la casona de la aversión que allí sentían por la niña de Luzmela; no en vano era otro heredero de don Manuel de la Torre.

Nina no contestó sílaba, y arrimándose a la puerta, sollozaba.

Este se encogió de hombros con supremo desdén, moviendo los labios de un modo despreciativo. Estaba de mal humor. Al ver la mesa puesta sin el plato de la niña, había preguntado por él. Su mujer le había contestado con malos modos: ¡Pero, hombre, no seas ridículo! ¿Quieres que la niña coma hoy con nosotros? ¿Por qué no? Venturita se había escandalizado.

Aquel salmón que pescaba el colono del magnate a la luz de una hoguera portátil, era el mismo que ahora estaba sangrando, todo lonjas, esperando el momento de entregarse a la parrilla, sobre una mesa de pino, blanca y pulcra.

Con los grandes productos, que sacaron las cofradías del teatro de la Cruz, compraron en el año de 1582 otro corral con sus accesorias en la calle del Príncipe, y lo convirtieron también en teatro, tomando á aquél por modelo.

Una tarde cruzan la ciudad en todas direcciones partidas que están acarreando a un olivar cuantos oficiales encuentran de los que habían capitulado en Chacón; nadie sabe el objeto, ni ellos temen por lo pronto nada, fiados en la fe de lo estipulado.

Seguía: «Hoy que la civilización, rotas las cortapisas que detenían las conciencias y supeditaban el espíritu, nos abre vasto campo a todos por medio de la prensa para expresar nuestro libre pensamiento y emitirlo a la faz del mundo, confiado en la amistad con que usted me ha distinguido siempre, y en la benevolencia con que el público ha acogido hasta ahora los humildes partos de mi pluma, etc., etc

Aquí, el mar fué un gran artista, pues dió á la tierra las adoradas y benditas formas donde se complace en crear el amor. El átomo. Cierto día, un pescador me regaló el fondo de su red, es decir, tres seres casi moribundos, un esquino, una estrella de mar y otra estrella, un lindo ofiuro, que todavía se agitaba y no tardó en perder sus brazos delicados.