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Por suerte á Doña Juana le cabía El Licenciado Vera por marido: Por Oidor en los Charcas residía; La misma plaza en Chile hubo tenido; Y en su tiempo el Arauco le temía, Que á vueltas de las letras ha servido A nuestro gran Filipo con la espada, Andando tras la gente rebelada. D. Francisco el Virrey, dicen, quisiera Casar á Doña Juana de su mano: A Garay le escribió que á Lima fuera.

Juana, por último, no era sólo sabia y operosa en las artes del deleite, sino que ejercía también, aunque no estaba examinada ni tenía título, un menester o profesión de la más alta importancia social.

Juana Baud, lo has dicho, tenía la misma estatura, la misma amplitud de líneas. ¿Quién podía imaginar una sustitución? mismo no dudaste. Te enseñaron la mujer muerta y la reconociste sin vacilar. Y, sin embargo, Lea está viva y Juana ha desaparecido. Pero, dijo Jacobo, la muerta era rubia y Juana Baud tenía el pelo castaño oscuro...

V. m., q. s. m. b., DIEGO DE SILVA VELÁZQUEZ S.r Diego Valentín Díaz. Partidas de defunción de Velázquez y de doña Juana Pacheco, su muger. Partida.

Durante la última semana de la permanencia del joven en la Venerie, los síntomas de la loca pasión de Juana se revelaban cada vez más a las miradas curiosas de los celosos que la observaban.

Pero lo gracioso es que doña Juana de Velasco no sabe quién es el padre de su hijo incógnito; ni el nombre del dueño de la casa en donde tapada y rebujada la metieron en Navalcarnero; que, en una palabra, le parece un sueño su encuentro con un hombre audaz en una galería del palacio del Escorial, á punto que por un celo exagerado iba á avisar á la infanta doña Catalina, de que acababa de llegar un jinete con la nueva de que el mar y los vientos habían vencido á la armada Invencible; un soplo malhadado mató la bujía de que iba armada la duquesa, y el duque de Osuna, que acudía al lado del rey, que estaba en el coro, se dió un tropezón con ella.

Desde el invierno que siguió a la estadía de las dos amigas en Douville, no quedó duda de que el señor de Monthélin miraba a la señora de Maurescamp como una presa ya casi segura. Viósele estrechar su amistad con su marido, al mismo tiempo que estrechaba el círculo de sus operaciones alrededor de Juana.

La llamábamos «Tía Juana». Era una viejecita enjuta y pequeña, de raza india casi pura, que andaba ligero y menudito con un ruido de ropas muy almidonadas. Había nacido en Ujarraz donde vivió hasta la muerte de su madre, ocurrida poco antes de la despoblación de este lugar insalubre, decretada en 1833 por D. José Rafael de Gallegos.

Volvió a mirar Simón a su mujer, como preguntándola: «¿qué te parece de esto?»; pero con tal mirada y tal semblante le contestó Juana, que, no pudiendo aquél resistirla sereno, volvió sus ojos al señor cura, y le dijo por decir algo: Lo pensaremos, señor don Justo. Y haréis bien replicó éste.

Doña Paula había casado a Froilán con una criada de las que ella tomaba en la aldea, una de las que habían precedido a Teresa en sus funciones de doncella cerca del señorito. Había dormido como Teresa ahora, a cuatro pasos del Magistral. Este matrimonio era una recompensa para Juana, la mujer de Froilán. Zapico oyó la proposición de su ama con aire socarrón. Creía comprender.