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Si en Numancia quereis entrar por suerte, Hareislo sin contraste á pasos llanos. Pero mi lengua desde aqui os advierte Que yo las llaves mal guardadas tengo Desta ciudad, de quien triunfó la muerte. Por esas, joven, deseoso vengo, Y mas de que tu hagas experiencia Si en este pecho piedad sostengo.

La astuta joven había comprendido tan pobre subterfugio. ¿De qué le había de valer, pues, el ser primera en su clase, y para qué si no, habrían sus padres satisfecho la matrícula durante tres años consecutivos?

Así, cuando aparece un joven como Llot, que a un corazón puro y a una piedad ardiente une el talento, la ilustración, la elocuencia... ¡Padre, por Dios! exclamó Godofredo angustiosamente.

El paso de esta situación fraternal a la de amantes no le parecía al joven Santa Cruz cosa fácil.

Mientras la joven se echaba a correr para alcanzar a su tío, la condesa se dirigió a la cubierta de cristales seguida por el diplomático, que iba mascullando su exordio. ¿Tienes que hablarme, Raúl? dijo la condesa. ¿Qué quieres? Yo también tengo que decirte algo.

Y el joven pronunció estas palabras con un acento tal y tan doloroso, que Dorotea sintió que su amor crecía; se sintió amada; sin embargo, conservó su severidad. No; vos no me sois indiferente; no, ¡Dios mío!

Francamente, con todas esas riquezas y vuestros recuerdos de niña, ¿envidiaríais la suerte de la camarera mayor de la reina de todas las Españas? Pues, no obstante, una joven está allí sola; el crucifijo, la mesita, la reja, la cama, el perfume dulce y tenue, todo lo tiene; pero ella no mira ni la pradera, ni el baile, ni el sol que se oculta resplandeciente.

Es que las ha sorprendido usted en el momento de la conferencia. Estoy seguro de que nada malo le sucederá... Fernanda le quiere a usted... Me consta. ¡Oh, no! exclamó el apasionado joven. ; le quiere a usted, hombre... Ya verá usted. Estuve por decirle: «¿Cómo no ha de quererle, siendo vieja y fea y no teniendo a nadie que la mire a la caraPero me contuve.

Pero dejando esto... ¿dónde tiene su aposento el señor Juan Montiño? Ved que sale en persona dijo la vieja señalando una puerta que se abría, y tras la cual apareció el joven. ¡Ah! ¡mi buen sobrino! exclamó Montiño corriendo hacia él. ¿Cuánto pensará ganar con su sobrino el cocinero del rey, cuando tan bien le trata? dijo para si el bufón. ¿Y mi tío Pedro? dijo el joven con solicitud.

¡Tenía! ¡Tenía! dijo con arranque Quevedo . Decís bien, tío Manolillo, decís bien, vamos viendo claro; ya , ya lo que Juan Montiño buscaba sobre don Rodrigo Calderón cuando le tenía herido ó muerto á sus pies. Lo que buscaba ese joven eran las cartas de la reina; para entregar esas cartas era su venida á palacio, para eso, y no más que para eso, ha entrado en el cuarto de su majestad.