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Para una joven de veinte años, por sensata que sea, el joven que no es un lindo maniquí acicalado, buen bailarín y diestro jinete, pierde mucho de sus méritos.

"Yo siento, yo percibo, grita de lo alto, el olor de un cadáver: ¡oh, caballero insensato, oh, desgraciado bridón! ¿El jinete inquiere aquí la senda? ¿El caballo busca aquí la hierba? ¡Insensatos! El viento sólo halla aquí el camino; las sierpes solas encuentran aquí su pasto; los cadáveres solos descansan en el desierto, y los buitres tan sólo viajan por él."

Aquella solemne procesión llegó á las puertas del templo y se disponía á entrar en él cuando se notó súbita confusión en uno de los ángulos de la plaza, de donde pronto partieron grandes clamores. La multitud osciló primero y abrió luego paso á un jinete, á un joven caballero cubierto de polvo, que sin miramientos lanzaba su corcel sobre la compacta masa del pueblo.

¿Cuándo te vas? ¿Mañana? No podré ir a decirte adiós.... ¿Te vas a caballo? ¡Cuidado, niño! Mira que esos animalitos hacen de las suyas el mejor día. Pero, en fin, si sales tan jinete como tu padre, no hay que temer por .... Cuando llegué a mi casa, a eso de las siete, me entregaron una carta del señor Fernández: «Mañana, decía a las seis en punto irá por usted mi caballerango.

Dos minutos después de haberlos divisado el toro, yacían los tres en la arena. El uno tenía la cabeza ensangrentada y había perdido el sentido. El toro se encarnizó en el caballo, cuyo destrozado cuerpo servía de escudo al malparado jinete. Entonces hubo un momento de lúgubre terror.

Bajo una enorme extensión de agua que alcanzaba la base de las montañas desaparecían los gruesos cantos rodados que durante el verano habían señalado el vado en el cruce de Sansón. El servicio ascendente de diligencias tuvo que parar en la casa Granger; el último correo fue abandonado en los túneles y su jinete salvó la vida luchando a brazo partido con la corriente.

Encorvan la cabeza, levantan el pecho, pisan con sus férreos cascos con una firmeza que parte la piedra y fatigan el brazo del jinete que tiene que llevarlos con la rienda rígida. La espuela o el látigo son inútiles; basta una ligera inclinación del cuerpo para que el animal salte, y como dicen nuestros paisanos, pida rienda.

Estos eran los más temibles: caballos incurables, atacados de vértigos y otros accidentes, que de pronto venían al suelo, arrojando al jinete por las orejas.

El caballo que debía haber llegado á Madrid con su jinete, es decir, con el venturoso que de tal modo os hace desventurada, antes del medio día, llegó á la noche; Francisco Martínez Montiño, que debió haber estado en su casa, y recibido á su sobrino postizo á la hora de la cena del rey, estaba dando un banquete de Estado al duque de Lerma. Las circunstancias eran además gravísimas.

Se apresuró a saltar a los prados y aguardó con ansiedad mirando sigilosamente por encima de la pared a que el jinete pasase. No transcurrieron dos minutos sin que en efecto cruzase por delante de él como un relámpago. Pudo reconocer perfectamente el magnífico caballo alazán del Duque. A éste no pudo distinguirle porque iba envuelto en un capote, con un gran sombrero calado hasta las narices.