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Aquel día quedó en salvo por maravilla Juan Jerez, porque un tío de Pedro Real desvió el fusil de un soldado que le apuntaba.

El vino quizás; y con todo, salvo el vino de Jerez, los demás vinos españoles suelen ir a Francia, les echan un poco de zumo de moras, de alumbre y de raíz de lirio, y nos le vuelven a vender, dándonos una sola botella en el precio que recibimos por una o dos o tres arrobas.

El señorito conocía el medio de terminar esta anarquía. Al gobierno tocaba gran parte de culpa. A aquellas horas, habiéndose iniciado la huelga, debía tener en Jerez un batallón, un ejército, si era preciso, y cañones, muchos cañones.

Harto yo lo que son mujeres, ¿Le gusta a usted? Bueno..., pues usted ¡a ella! y nosotros tan amigos como antes. Don Juan, en el colmo del asombro, exclamó: ¿Que no le importa a usted? Absolutamente nada. Pausa de unos segundos: el amo hace seña al criado, y éste echa Jerez en la copa grande de don Quintín. El diálogo continúa del siguiente modo: Me deja usted espantado.

Le molestaría poco tiempo; iba a morir muy pronto; pero su presencia alegraría la poca vida que le quedase. Con él emprendió el regreso a Jerez, cuando los alcanzó la tempestad, obligándoles a refugiarse en el cortijo.

Pero habla, mujer, no entiendo eso... del pie... repitió Reyes. Emma tragó el buche de Jerez; pero en vez de hablar, volvió a llenar la boca y a renovar la pantomima con mayores aspavientos. Bonis se fijó bien; primero señalaba al pie, bueno; y después, con el dedo y la cabeza, quería indicar algo que no estaba presente....

El primero es D. Marcelino, el mismo que cuatro horas antes había salido de su tienda y, con riesgo inminente de la vida, había detenido los caballos del carruaje en que iban los condes, tan sólo por el placer de ofrecerles una copa de Jerez y una rosquilla de Santa Clara.

Calló un instante don Ramón para tomar aliento y recrearse en el eco de su elocuencia, pero al instante prosiguió, mirando a Fermín fijamente, como si éste fuese un enemigo difícil de convencer: Por desgracia, muchas gentes creen paladear el vino de Jerez cuando beben inmundas sofisticaciones. En Londres, bajo el nombre de Jerez, se venden líquidos heterogéneos.

Y en la casa de Lucía Jerez no se sabía si había más flores en la magnolia, o en las almas.

Nada seguramente. Nos casaríamos, y acto continuo nos iríamos a Jerez, para que conociese a sus amigas y a sus tíos. ¡Qué susto llevarían todos al verla del brazo de un caballero, y mucho más, cuando supieran que este caballero era su marido! Estaba tan linda, tan graciosa, que no pude menos de pedirle con vehemencia que me permitiese darla un beso. No fue posible.