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Cuando la columna de Ortiz hubo andado seis ú ocho leguas, comprendió su animoso jefe que no le sería posible hacerse acompañar de la pequeña fuerza de infantería que le seguía, pues los soldados, rendidos de fatiga, no podían dar un paso más.

El jefe del fielato, que, libre ya de las ocupaciones matinales, seguía desde la puerta el paso de los trabajadores, llamó a un joven que venía de Madrid y le invitó a fumar un cigarro. Tiempo le quedaba de descansar: tenía el día entero para dormir.

Habiéndose ofrecido al general para ayudarle a escribir cartas en ocasión en que éste se hallaba muy apurado, cumplió con tal exactitud, que apesar de que las epístolas eran un poco pedestres y enrevesadas, aquél aprovechó sus servicios algunas otras veces, y hasta recabó del jefe de la oficina que le dejase libre algunas horas a fin de no molestarle tanto.

¡Aprieta!... ¡Viva Cafetera! exclamó el jefe, echando á correr hacia San Felipe. ¡Viva! contestaron los demás, siguiéndole y llevándose en medio al protegido.

Mi padre cayó enfermo, y como mi madre no le quiso asistir, porque era malo, él fue al hospital donde dicen que se murió. Entonces vino mi madre a trabajar a las minas. Dicen que un día la despidió el jefe porque había bebido mucho aguardiente.... Y tu madre se fue.... Vamos, ya me interesa esa señora. Se fue....

Y, sin embargo, después de escuchar tan grandes pensamientos, todavía D. Dionisio se obstinaba en escribir sonetos en la oficina. Todos en la casa experimentaban los efectos benéficos de las corrientes científicas que soplaban en el privilegiado cerebro del jefe de la familia. Pero la que los sentía más a menudo era Carlota por su buena pasta.

Ayer no más lo hemos visto; 30.000, 40.000 almas, cuarenta mil seres racionales, ocupando diez cuadras de la calle Florida, aplaudiendo a una voz, vivando un nombre, obedeciendo una orden; padres, madres, hijos e hijas, jóvenes y viejos, lanzados al mar de las pasiones electorales por una sola voz, riendo a una seña, llorando a otra de entusiasmo, marchando en procesión y vivando simultáneamente el adorable nombre de su divino jefe. ¡Eso es partido!

No creas, así lo hacen hasta las duquesas... Cuento con que Su Majestad le ponga dos letritas al jefe del movimiento para que nos billetes gratis para todos... Otra cosa: si lo tomas a tu cargo y lo sabes hacer, podrás conseguir que la Señora ordene a la Intendencia que se me den dos pagas el mes de Julio... ¿Y por qué no Julio y Agosto?

No quería tener secretos con Maltrana, y le confesó que el tal libro sería un escalón, el último, para alcanzar la cartera de ministro el día que su partido volviese al Poder. El mismo jefe le prometía escribir un prólogo para la obra. Ya ve usted, amigo Maltrana. ¡Qué honor! ¡qué honor para nosotros!... Este «nosotros» dejó frío al joven.

Una poderosa expedición de que él se había nombrado jefe, se había organizado durante el último período de su gobierno, para asegurar y ensanchar los límites de la provincia hacia el Sur, teatro de las frecuentes incursiones de los salvajes.