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Pues porque no dan escándalos, y todo se lo tapan unas con otras. ¡Ah!, señora doña Jacinta, guárdese el mérito para quien lo crea; usted caerá... tiene usted que caer, si no ha caído ya». De pronto vio que al portal se acercaba un coche. ¿Traería gente o venía a tomarla?

Todo lo veía entonces transparentado por la luz de la razón, a la distancia que permite apreciar bien el tamaño y forma de los objetos, así como la paz del claustro permite a los fugitivos del mundo ver los errores y maldades que cometieron en él. «¿Y a Jacinta, le pediría yo perdónse preguntaba sin acertar con la respuesta. Tan pronto se le ocurría que como que no.

Algunos iban vueltos hacia atrás, mostrando la carita redonda dentro del círculo del gorro y los ojuelos vivos, y se reían con los transeúntes. Otros tenían el semblante mal humorado, como personas que se llaman a engaño en los comienzos de la vida humana. También vio Jacinta no uno, sino dos y hasta tres, camino del cementerio.

Creo que no nos dejará mal, porque en el fondo es un buenazo. A poco que se le raspe la corteza de hereje, sale aquella pasta de ángel de otros tiempos. Quédate con Dios. Volvió Jacinta al comedor. Si cumplió o no el encargo de Guillermina, lo veremos a su tiempo.

Tan pegados estaban el uno al otro, que parecía que Jacinta se reía con los labios de su marido, y que este sudaba por los poros de las sienes de su mujer. «¡Vaya con mi señora, lo que me tenía guardadoañadió con incredulidad. ¿Te alegras? ¿Pues no me he de alegrar?

No interesaba a Jacinta aquel triste relato tanto como creía Nicanora, y viendo que esta no ponía punto, tuvo la dama que ponerlo. «Perdone usted dijo dulcificando su acento todo lo posible , pero dispongo de poco tiempo. Quisiera hablar con ese señor que llaman Don... José Izquierdo».

Pensaba descansar un ratito y pasar luego a la habitación de Guillermina. «No, no paso; no quiero verla más. ¿Para qué atormentarme? Se acabó. Pongámosle encima una losa». Al poco rato, sintiendo que Jacinta salía, acercose a la puerta con ánimo de verla. Pero no puedo ver nada.

Jacinta siguió hablándole en un tono dulce, tiernísimo, y más bien parecía una madre que una amiga. «¡Cuánto nos alegraríamos de verle a usted bueno y sano, y qué fácil sería con buena voluntad!... Porque lo que usted tiene no es más que malas ideas. Así me lo dijo su primo, y viene bien esta opinión con lo que yo creía.

Mariquita date tono replicó Jacinta secándose las lágrimas que la risa y las cosquillas le habían hecho derramar . Ya que hay otros peores; pero no pongo yo mi mano en el fuego porque seas el número uno. Juan meneó la cabeza en señal de amenaza. Jacinta se puso lejos de su alcance, por si se repetían las bárbaras cosquillas.

No puede una vivir sin tener algún ser pequeñito a quien adorar. ¡Hija de mi alma!, es una gran desgracia para todos que no nos des algo. A Jacinta se le clavó esta frase en el corazón, y estuvo temblando un rato en él y agrandando la herida, como sucede con las flechas que no se han clavado bien. «Pues , esta casa es muy... muy sosona.