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En sus ojos, sombreados de una selva enmarañada de pestañas, no se advertía la chispa de entusiasmo que ardía en los de los demás. Antes se leía el asombro, la ira y la envidia. Cuando acertó a oir las palabras jactanciosas del hijo de su rival, no pudiendo sufrir tanta farsa, gritó con rabia: ¡Fuera ese piojo, sollo! Indescriptible indignación en el auditorio.

Esta es la mayor Maldicion que entre ellos tienen ahora la ira y el aborrecimiento: tan viva se les representa siempre la memoria de aquel estrago.

He buscado el amor para gozarle y he hallado vergüenza, desolación y muerte. Doña Sol paga mi amor con su desprecio. El desprecio mío mata el amor de donna Olimpia. Y cuando no nos despreciamos y nos amamos, la ira y los celos dan espantosa muerte al objeto de mis amores. Mi ambición no ha sido menos burlada que mi cariño.

Allí, según noticias, se trabaja mucho, ¡mucho!... Usted no tiene costumbre de matarse así, de sol a sol, como un gañán. Aquí está usted mejor; tiene usted tiempo libre para todo.... ¡Hasta para hacer versos! ¡Bien! ¡Bien! ¿Y cuándo se va usted? Dentro de quince días. ¡Eso está malo, malísimo! ¡Bien! Se irá usted cuando guste. Hoy mismo llamaré al sustituto. ¡Queda usted libre desde hoy!

Don Pío Amado y don Josef Garat, mis maestros, eran dos personajes singulares; singular era su escuela, singular la enseñanza, singular todo lo que los rodeaba. Don Pío era la bondad, la benevolencia personificadas; don Josef era la intransigencia, el mal humor, y la ira misma. Reunidos, don Pío era la nota cómica del colegio, don Josef era la nota épica.

¡Cómo!... ¿No te da vergüenza mirar por un pañuelo el día de tu boda? ¿No vale más la alegría de tu mujer que un trapo? ¡Habrá gallego!... Y todos le increpaban con ira mientras el señor Rafael se retorcía de risa en un rincón gritando: ¡Vivan los novios rumbosos!

Todos están más locuaces que antes, y hasta el viejo labrador ha desarrugado su habitual entrecejo. El rapazuelo ronca tendido sobre un banco, y el estudiante habla en latín y asegura que si entonces pillara al mayorazgo, ¡ira de Dios!... La tía Simona canta por lo bajo: «Esta noche es Noche-Buena y mañana Navidad; está la Virgen de parto y á las doce parirá

Eso debía de ser». «Necesitaba arrojar la careta, dar rienda suelta a su mal ánimo, pisar algo con ira...». Se dirigió a Palacio. Así se llamaba por antonomasia el del Obispo.

Así, notaba con admiracion que las culebras cambiaban de actitud, agitándose ó adormeciéndose, mirando con mansedumbre, con desconfianza ó con ira, alejándose ó acercándose, escondiéndose ó descubriéndose mas ó menos, según la diferente impresion que les producía la presencia ó la mirada, el olor, la voz ó la fisonomía de los concurrentes.

Veo con dolor repuso lord Gray jovialmente que en el rostro de usted, Sr. de Congosto, están escritas con parches y ungüentos las gloriosas páginas de la expedición al Condado. Milord exclamó el héroe con ira , no es propio de un caballero zaherir desgracias motivadas por la casualidad. Antes que hacer tal cosa examinaría yo mi conciencia por ver si está libre de faltas.