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Las tres dormimos en una misma alcoba y charlamos bajito por las noches. ¡Ah! ¿Sabe usted lo que me ha dicho Inés? Que usted está enamorado. ¡Qué bromazo! Tal cosa no es verdad. , nos lo dijo, y aunque no me lo dijera... Eso se conoce. ¿Lo conoce usted? Al instante. En cuanto veo a una persona. ¿Dónde ha aprendido usted eso? ¿Lee usted novelas? Jamás. No las leo; pero las invento. Eso es peor.

Inventó retratos de Colón, e inventó igualmente ridículas historias sobre la vida del Almirante y la injusticia y crueldad de los españoles. El librero Bry continuó Ojeda fue el autor de ese cuento soso e imbécil sobre «el huevo de Colón»... ¡La suerte de ciertas tonterías!

Los que conocen poco a don Juan creen que es un libertino vulgar, empeñado en jugar al Tenorio: en realidad, es un hombre que ha puesto sus facultades, potencias y sentidos al servicio de sus gustos, con el entusiasmo y la tenacidad propios del que consagra a un invento la existencia.

Para el marino que se guía por las constelaciones, este invento fué como un nuevo cielo que se le ofreció, creando á la vez los planetas, estrellas fijas y satélites, y dando á esos astros de invención, los matices y caracteres diversos de los de arriba. Asimismo varió el color, la duración, la intensidad de su centelleo.

Y lo peor fué que estas construcciones gigantescas y los gastos enormes que exigían, todo resultó inútil. El continuo invento de medios destructivos dió vida á nuevas embarcaciones no más grandes que algunos peces de nuestros mares, pero que, á semejanza de éstos, podían deslizarse por la profundidad submarina, atacando de lejos á los monstruos flotantes hechos de acero.

Indudablemente algún hombre dedicado á la ciencia había hecho en favor de los de su sexo un invento semejante al de aquella sabia mujer venerada en el templo de los rayos negros. Ahora las máquinas voladoras que iban llegando al palacio del gobierno procedían de los más diversos extremos de la República. En casi todas las provincias acababan de sublevarse los hombres.

Creo que lo inventó la de Delille, pues te advierto que las dos son muy amigas. Es generala como otros pueden ser coroneles. Don Marcos no reparó en esta maldad. Atilio se mostraba esta noche de mal humor, con los nervios excitados, deseoso de morder. Debía haber perdido en el juego.

Decreció en cambio la población de alimañas y parásitos externos, de los inquilinos del desaseo, colaboradores inconscientes de la salvación medioeval, con el empleo del jabón y de la camisa visible y lavable que inventó Burmmel, novedades que se han abierto camino muy lentamente allí donde el sentir de los teólogos había encontrado su complemento popular en el viejo refrán "chancho limpio nunca engorda".

El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.

¡Al gran pueblo argentino, salud! Porque estas palabras que nuestra canción nacional recuerda y con las que se nos ha mecido desde la cuna, no las inventó la vanidad del autor, las tomó de Pradt y de la Prensa de Europa, de las gacetas y comunicaciones oficiales de los demás Estados americanos. Todos le llamaban grande, todos se habían complotado a impulsarlo a las grandes cosas.