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Juan intervino una vez más. Mi padrino se consideraría demasiado feliz, si quisierais quedaros; pero comprendo lo que le inquieta... Debíamos comer los dos solos; no esperéis, pues, un festín, señoras. En fin, seréis indulgentes. , respondió Bettina, muy indulgentes.

Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres á la cárcel de Valencia para contemplar á través de los barrotes al pobre «libertador», cada vez más enjuto, con los ojos hundidos y la mirada inquieta. Llegó la vista del proceso, y le sentenciaron á muerte.

La inquieta y rebullente Alicia pasaba mientras tanto los días en el lecho, afirmando á sus íntimos que para conservar la belleza era excelente hacer de vez en cuando «una cura de reposo». Invitaba á comer á los amigos sin moverse de la cama.

Estabas llorando cuando yo llegué continuó, con una curiosidad insistente é inquieta. Ahora la protesta de Alicia tomó la forma de una risa agria, estridente, que nada tenía de natural.

Su imaginación volaba, volaba hacia el Escorial. ¡Qué feliz había sido allí siempre! ¿Por qué había tomado tanto empeño en venir a Madrid? Esta ciudad empezaba a causarle miedo. Jamás en su vida se había hallado tan humillada y tan inquieta.

Si me fuera dable matar en esta voluntad, siempre activa, siempre inquieta.... No buscar la felicidad, huir del dolor...» Entregado a estas ideas pasé largo rato, cerrados los ojos, de codos en la roca, oculto el rostro entre, las manos. Había obscurecido y era preciso volver a la ciudad. El caserío estaba iluminado y el firmamento tachonado de luceros.

Toda la noche había estado inquieta en el lecho, regando las almohadas con sus lágrimas. Por la mañana había sido aún necesario violentarla para llevarla al ferrocarril. Y ahora, en aquel antiguo castillo, frío, húmedo y desolado, continuaba rebelándose. No lo hacía en voz alta, porque tenía miedo á su tía, pero en el fondo juzgaba severamente su manera de obrar.

Ciertamente respondió Carlos con voz un poco alterada. Mientras Hardoin, muy verboso, se metía en una larga digresión sobre un proyecto de fiesta del «Mérito modesto», generalmente desconocido, Liette seguía con mirada inquieta al joven, que iba y venía en el comedor como si no pudiera estarse quieto.

¿No hay médico aquí? murmuró. Aquí no, ni en diez leguas a la redonda; pero buscaremos. Esa tarde llegó el correo cuando estaban solos en el comedor, y Nébel abrió una carta. ¿Noticias? preguntó Lidia levantando inquieta los ojos a él. repuso Nébel, prosiguiendo la lectura. ¿Del médico? volvió Lidia al rato, más ansiosa aún. No, de mi mujer repuso él con la voz dura, sin levantar los ojos.

No menos confusa y turbada parecía Margarita, y agitábasela el seno, como si una potente fuerza dentro de él se hubiera conmovido inquieta.