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Prevaliéndome de este permiso, y para aquietar mi conciencia, harto escrupulosa, tengo que hablar ahora de don Braulio y de su carta, la cual contiene proposiciones aventuradas sin duda, y que, creídas por el cándido lector, pudieran pervertirle con una de las más feas perversiones que se conocen: la de considerarse genio no comprendido, ser superior desatendido injustamente.

Triumphó de todos sus enemigos, y en todas las guerras civiles y extranjeras fué siempre vencedor; pero el remate de todas estas dichas paró en una triste prision, y miserable muerte, aunque al parecer de todos, justísimo castigo del cielo, por la sangre inocente que derramó de sus amigos, y de otros muchos que injustamente murieron á sus manos.

Si notases alguna desigualdad en el estilo, piensa que la naturaleza no gasta tantos primores como en la rosa, en la espina. De todo hay, y de todo ha de haber. Y algo se ha de dar a la prisa y a la sazón en que se ha escrito, casi en medio del susto de un injustamente amenazado bombeo de que nos ha librado por su misericordia Dios, a quien sea la gloria de todo, y quien te guarde.

Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras de alguna alegría, porque se le representaba a la memoria cuán engañado estaba su amigo y cuán injustamente él le agraviaba.

El señor comisario se hincó de rodillas en el púlpito y, puestas las manos y mirando al cielo, dijo ansí: "Señor Dios, a quien ninguna cosa es escondida, antes todas manifiestas, y a quien nada es imposible, antes todo posible, sabes la verdad y cuán injustamente yo soy afrentado. En lo que a toca, yo lo perdono porque , Señor, me perdones.

No tienen poetas como Mosén Jacinto Verdaguer; ni ardientes y fervorosos polemistas como D. Miguel Sánchez; ni entusiastas y candorosos moralizadores, de fecunda inspiración popular, como el excelente P. Claret, harto injustamente ridiculizado por la pasión política y por la ligereza de liberales y librepensadores.

El resultado de todo esto continuó fue una gran injusticia. Los reyes habían prometido un premio de diez mil maravedíes al primero que descubriese tierra, y Colón, que no perdonaba provecho, se atribuyó dicha suma, fundándose en lo de «la candelica». Pinzón, que podía atestiguar la verdad, acababa de morir; y el pobre Rodríguez Bermejo, al verse injustamente despojado por el grande hombre, sin que nadie atendiese sus quejas, sintió tal desesperación que se pasó al África y renegó de la fe cristiana, haciéndose moro.

Cuando su hermana viviese en la fragua, Pepet iría a verla, y contaba adquirir de la munificencia de su cuñado, en estas visitas, un cuchillo tan famoso como el del abuelo, si es que el señor Pep perseveraba injustamente en negarle esta herencia gloriosa. El recuerdo de su padre pareció obscurecer las esperanzas del muchacho.

No nos engañarán más...» Pero al poco tiempo, los mismos relatos que los habían enardecido antes del primer viaje volvían a morder con profunda mella sus imaginaciones simples. La América odiosa se transformaba e iluminaba, recobrando los dulces colores de la prístina visión. Tal vez habían huido demasiado pronto; tal vez atribuían injustamente al país culpas que sólo eran de ellos.

Las armas del de la Cueva eran: escudo cortinado; el primero y segundo cuartel en oro con un bastón de gules; el tercero en plata y un dragón o grifo de sinople en actitud de salir de una cueva; bordura de plata con ocho aspas de oro. En 1682, Carlos II, en desagravio del desaire que tan injustamente le infiriera, lo nombró consejero de Indias.