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Con la botella de Jerez se recibe al amigo en Inglaterra, con la botella de Jerez se obsequia al convaleciente en los países escandinavos, y restauran en la India los soldados ingleses sus fuerzas agotadas por la fiebre.

Por cierto que el inusitado acento llamó mucho la atención de los religiosos, ingleses de pura raza en su mayoría. Pero el abad sólo se fijó en la tranquilidad y la indiferencia que la respuesta del novicio revelaba y la indignación coloreó su rostro enjuto. ¡Hablad! ordenó golpeando con el puño el brazo del sitial.

Íbamos remolcados por El Dragón y protegidos por él, cuando el capitán cortó la amarra y comenzamos a alejarnos del barco a fuerza de remos. El Dragón siguió navegando, hundiéndose lentamente; algunas de las granadas de los ingleses cayeron en el agua a poca distancia de nosotros. Los del crucero temían, sin duda, alguna estratagema, porque iban acercándose despacio al barco abandonado.

Una hora despues, cuando reposábamos en el hotel del Águila, comiendo frutas, deliciosa leche, miel de abejas y riquísimo queso auténtico del valle, vímos desfilar sucesivamente por delante del hotel una procesion de paisanos y una carabana de ingleses excursionistas, que nos llamaron la atencion. El contraste vale la pena de una breve descripcion.

El grito se iba repitiendo en todas las goletas, pataches y quechemarines. Era la broma que gastaban con los ingleses que allí arribaban. Pero el gran vapor se mantenía silencioso, cabeceando flemáticamente con ese desprecio tan profundo que nadie mejor que un hijo de Albión sabe afectar. En la punta del Peón se tropezaba con tal cual paseante que tomaba el poco fresco que había.

Otra había convertido su «villa» del Paseo de los Ingleses en casa de huéspedes. Sólo quería admitir personas distinguidas, militares de los países aliados, pero de coronel en adelante. Trataría á sus pensionistas como visitas, con toda la distinción de una gran señora que recibe; solamente que ahora sus días de recepción iban á ser todos los de la semana.

En cuanto a Enrique IV, mirábale después del descubrimiento de los manejos ingleses con prevención, y tras de la paz de Vervins como inútil y aun perjudicial á sus intereses . No era el Rey quien le llamara maestro de cuentos: la frase debía proceder de un ofendido ó de un chusco, á juzgar por la respuesta: «Que no es malo saber cuentos, pues que enseñan entreteniendo; que cuando el que le criticaba supiera muchos, sabría más que ignorándolosSin embargo, los cuentos ó las indiscreciones granjearon á Antonio Pérez enemigos mortales en las familias de Guisa y de Montpensier, sin contar los de menos altura.

Quisieron que el comandante accidental del San Juan decidiera la cuestión, diciendo a cuál de los navíos ingleses se había rendido, y aquél respondió: «A todos, que a uno solo jamás se hubiera rendido el San Juan».

Fuese por la distracción, por el cambio o por el aire vivificante y saludable, nadie hubiera conocido a la agonizante de la víspera, de movimientos cansados, mirada muerta y piernas inertes en la intrépida paseante que se veía con frecuencia en la «Brecha de los Ingleses», en el jardín de la «Villa Blanca», en el casino de Granville y en la playa de Saint-Pair.

Antes de salir de Misiones fue a reconocer la Isla de Apipé en el Paraná, y llegó a su destino poco antes de la segunda invasión de los ingleses, contra la que presentó también un plan de defensa.