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Por lo demás, las hijas de D. Álvaro veían siempre con gusto venir el otoño, y gozaban placeres sin cuento ayudando á los jornaleros en sus tareas. El aire puro y los aromas del campo las infundían nueva vida; crecía en ellas el apetito y el sueño, y pasaban las mañanas y las tardes en perpetua carcajada, escuchando y tomando parte en las toscas chanzonetas de los criados.

Esto era todo para él, que había mandado docenas de hombres de áspera dureza que infundían terror al bajar en los puertos. Nadie le consultaba ahora, mientras que en el mar todos buscaban su consejo y muchas veces necesitaban interrumpir su sueño. La casa podía existir sin que él la visitase diariamente desde las cuevas al tejado, revisando hasta el último grifo.

Pero en aquel instante su pensamiento huía de las escenas de muerte. En torno de él flotaban imágenes risueñas y gloriosas que le infundían una amable alegría que pocas veces había sentido, acompañada de indecible bienestar corporal. Creía sentir un suavísimo calor que irradiaba del corazón hasta las manos y los pies, como si la sumergiesen en un baño de leche tibia.

Tornó don Roque a usar de la palabra, si tal nombre merecía la regurgitación intermitente de una porción de sonidos extraños, bárbaros, lamentables, que infundían tristeza y horror al mismo tiempo, y Marcones pudo colegir entonces que su jefe deseaba que hiciesen una batida por la villa, en busca de los criminales de las Aceñas.

Ya no tenía aquellos arrestos de la mocedad; pero su virtud y su fuerza moral, unida al recuerdo de la física, infundían gran respeto entre los rústicos. Tales eran las cualidades principales y la brillante posición del antiguo maestro del Comendador, con quien éste iba ahora á consultar y tratar negocios arduos, y de quien esperaba obtener poderoso auxilio.

Con dos guías tan complacientes y tan expertos como los míos, pronto conocí las principales sendas, cañadas y desfiladeros, la fauna y la flora de los montes más cercanos del contorno; perdí el miedo que me infundían los «asomos» u orillas descubiertas de los precipicios, siendo de advertir que allí no hay camino chico ni grande que no sea un asomo continuado, y adquirí la soltura y la fortaleza de que mis piernas carecían al principio para soportarme lo mismo en las cuestas arriba que en las cuestas abajo; es decir, siempre que andaba, porque es la pura verdad el dicho corriente en el lugar, de que en aquella fragosa comarca no hay otra llanura que la sala de don Celso.

Ciertas personas le infundían un respeto que casi casi era pánico, y al verlas venir por la calle se pasaba a la otra acera. Estas personas no le habían hecho daño alguno; al contrario, eran amigos de su padre, o de doña Lupe o de Juan Pablo. Cuando iba al café con los amigos, estaba muy bien si no había más que dos o tres.

Con su padre tenía toda la sinceridad posible; mas esos misteriosos deseos, esas dudas ingenuas que la mujer reserva para dichas en voz baja al elegido de su corazón, no salieron de sus labios. Las frases galantes y las lisonjas la infundían una previsión desasosegada, un terror vago que la impedía mostrarse complacida: era semejante a un pájaro que tuviese miedo a la red.

Hostigado por los recelos que Cirilo y Visita le infundían y ardiendo en deseos de cerciorarse de la intriga que contra él se tramaba, no dudó en faltar a la delicadeza espiándolos. Sabía que el matrimonio se hallaba en el cenador con el marquesito, y hacia allá se dirigió sin hacer ruido.

Como mi cabeza no estaba al unísono con las demás, porque, según he dicho, el paso con el Naranjero había tenido la virtud de despejármela, las grotescas y bárbaras escenas que presenciaba me infundían profundo malestar. Deseaba irme; pero, como cualquiera comprenderá, no se me pasó siquiera por la imaginación el hacerlo.