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Traspasado el corazón de lástima, se despidió de la infeliz patulea, y aunque se mostraron las dos mujeres agradecidas, bien se conocía que algún reconcomio se les quedaba dentro del cuerpo por no haber recibido el socorro que esperaban.

Su posición es entonces realmente la más dificultosa y hasta desagradable en que pueda hallarse un infeliz mortal, casi sin alternativa alguna en buen sentido, aunque lo que él juzga como lo peor que le puede acontecer, sea tal vez lo mejor.

Algo iba pescando la infeliz, y hubiera cogido algo más, si no se pareciese por allí un maldito guindilla que la conminó con llevarla a los sótanos de la prevención de la Latina, si no se largaba con viento fresco.

Pero al llegar a la puerta del cuarto de Magdalena no pudo menos de detenerse: sus fuerzas decaían y comprendió que le faltaba valor para presentarse ante ella. Entra, Amaury, entra dijo Magdalena, esforzándose para hacer oír su voz. La infeliz había conocido los pasos de Amaury.

Entonces el santo varón hizo un esfuerzo para vencer su inercia terrorífica, se sacudió todo y con una fuerte voz dijo: «Niña mía, ¿a dónde vas? ¡Ay! exclamó ella sobresaltada, dando un chillido . Me ha asustado usted. Yo creí que estaba sola». ¡Sola! Según eso, D. José era un mueble. Esta idea causó al infeliz viejo grandísima aflicción. «¿Pero qué haces, mujer? ¿Te has vuelto loca?

¿Qué es esto? ¿Qué pasa? dijo el Comendador. ¿Dónde ha estado V. hasta ahora? ¿Dónde he de haber estado? En casa de Doña Blanca, donde hice mal y remal en introducirte traidoramente. ¡Buena la has hecho! ¿Qué demonios te aconsejaron cuando hablabas? ¿Qué dijiste á la infeliz? ¡Vaya un berrinche que ha tomado! Está mala. ¡Dios quiera que no se ponga peor!

Don Máximo se fue a descansar un rato, prometiendo venir pronto. El confesor no quiso dejar la casa porque no encontraba nada bien a su penitente, y se tumbó en un sofá. Ricardo también continuaba allí. A las dos acaeció lo que don Máximo temía. Repitiose el ataque, y por desgracia con tal violencia que faltó poco para que la infeliz señora se quedase en él.

El infeliz se vio obligado a acompañarles hasta el prado, para traer al establo lo que le faltaba. Iba más muerto que vivo, pálido, silencioso; se le había concluido la vena jocosa de que tanto abusaba. A la vuelta no pudo resistir; se metió en la huerta de casa y se arrojó de bruces debajo de un árbol, mesándose los cabellos sin articular palabra.

Tantas desdichas, parecerá mentira, no eran más que el preámbulo del infortunio grande, aterrador, en que el infeliz linaje de los Juárez y Zapatas había de caer, la boca del abismo en que sumergido le hallamos al referir su historia.

El mal humor de Doña Paca en la noche a que me refiero, debe atribuirse, según datos fehacientes, a que Frasquito, en sus conversaciones de la tarde, y en los ratos de la cena y sobremesa de esta, mostró por Benina unas preferencias que lastimaron profundamente el amor propio de la viuda infeliz.