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¿Se encontró usted con él alguna vez después de haber conocido a la Condesa? Nunca. El año pasado ya parecía haberla abandonado para siempre, y ahora, después de su vuelta, no lo he visto sino de lejos, una o dos veces. ¿Qué sabe usted respecto a lo que ella pensaba de su actividad política? Que eso no fue uno de los dolores menos crueles de la infeliz.

No desoía jamás esta clase de ruegos Gracián, que además de eclesiástico bondadoso era médico hábil, y precedido de la coja, llevando tras al cleriguito joven que le acompañaba, acometidos cien escalones que conducían a la morada del infeliz matrimonio.

Pero cada día, cada hora que pasa, me hacen mucho daño. »Hay coincidencias que parecen, advertencias, consejos, complicidades, del destino. ¿Por qué ha venido esa arma a mis manos, precisamente cuando sentía su falta?...» Todos estos párrafos en que la infeliz discutía consigo misma el problema del suicidio, demostraban que ya no tenía más esperanza que la de la muerte.

El primer acceso fue violento en extremo: posteriormente, al acostarse, en seguida conciliaba el sueño; pero al poco rato despertábale la rabia del dolor, tardando algunas horas en recobrarlo; repitiéndose estos exacerbamientos hasta que, posesionado el mal de ambos pies, quedó el infeliz postrado y sujeto a pasar los días de la cama a la butaca, y de ésta a aquélla.

El generoso galán veía los más sublimes problemas morales en la frente de aquella infeliz mujer, y resolverlos en sentido del bien parecíale la más grande empresa de la voluntad humana. Porque su loco entusiasmo le impulsaba a la salvación social y moral de su ídolo, y a poner en esta obra grandiosa todas las energías que alborotaban su alma.

Cuando le vió entrar, la infeliz dijo, casi sin poder articular las palabras: ¡Ah! Lázaro, Lázaro, oye ... te diré ... espera. Pero la voz se le anudó en la garganta, y no pudo hacer otra cosa que llorar como un niño. ¿Qué me vas á decir? Calla exclamó Lázaro con voz colérica.

Asunción, sosiégate dijo la madre con menos severidad, al notar que la infeliz muchacha padecía una febril excitación, semejante a los primeros síntomas de una enfermedad grave . ¿A qué tanto empeño?

En vista de esa terquedad dijo la marquesa esforzándose en no llevar la cuestión a un terreno dramático y en huir de las declamaciones me arrepiento de haber hecho a usted la justicia de creerla sincera y sin malicia. Una vez para siempre digo a usted que de los dos niños de mi infeliz hija, la hembra murió, el varoncito vive y está a mi lado.

Si existiera el uniforme de perdido, Olmedo se lo hubiera puesto con verdadero entusiasmo, y sentía que no hubiese un distintivo cualquiera, cinta, plumacho o galón, para salir con él, diciendo tácitamente: «Vean ustedes lo perdulario que soy». Y en el fondo era un infeliz. Aquello no era más que una prolongación viciosa de la edad del pavo.

Y entonces fue cuando Jacobo quedó convencido de que el padre Cifuentes era un infeliz, un cuitadito sin pizca alguna de mundo, como el tío Frasquito le había dicho antes.