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La religión y la mujer quieren al hombre todo entero: una para creer, nos ciega; otra para amar, nos ofusca: ambas transigen con el olvido antes que con la indiferencia, y para ellas en el menor desfallecimiento hay perjurio, en la más pequeña falta de entusiasmo hay engaño. Ya no volveré a verla. Creyente o renegado, no debe existir para .

¿Y por qué me ha de importar a que sea Luis el padre? María Josefa quedó un poco desconcertada. Como ha sido tu novio... ¡Pero como ya no lo es! replicó encogiéndose de hombros desdeñosamente. Y se puso a hablar con Granate, que tenía del otro lado. Aquella indiferencia era pura comedia que su orgullo lograba representar.

Los hombres como él, no aprecian a las mujeres como ... Su razón no podía simpatizar con la tuya... Su prudencia tenía necesidad de mi locura... ¡Ah!... La prueba es dijo Francisca con energía, que en seguida comprendí su inclinación hacia y su indiferencia contigo. Debiste decírmelo. ¿Para hacer imposible mi juego?... No, por cierto, Magdalena.

Apartando de mi espíritu toda prevención apasionada, no considerando el asunto ni como católico, ni como sectario de ninguna otra doctrina religiosa, aceptando por un momento la más completa indiferencia en punto á religión, hablando y decidiendo en virtud de un criterio librepensador y racionalista, yo, lejos de condenar la Compañía de Jesús, me siento irresistiblemente inclinado á glorificarla y á dar por seguro que honra en extremo á España que entre nosotros naciese su fundador, cuya obra pasmosa me parece que importó muchísimo en la historía del linaje humano, haciendo de Ignacio de Loyola, no sólo el digno rival de Lulero, sino el personaje que se le sobrepone y le eclipsa.

En el primer caso se supone negada la verdad del principio; en el segundo no se le da por verdadero ni por falso; pero es evidente que la indiferencia no basta; porque desde el momento en que el principio de contradiccion no esté fuera de toda duda, volvemos á caer en las tinieblas, debemos dudar de todo.

Y yo te vi igualmente dijo Atilio , pero ibas impetuoso y con la cabeza baja, abriéndote paso lo mismo que un toro acosado. ¿Quieres saber quién es esta señora? ¿Te interesa?... Lubimoff levantó los hombros; pero su indiferencia era falsa.

Las «potencias» fingían ignorar esta vecindad, procuraban colocarse en sus asientos de tal modo que sólo presentasen al lado contrario la punta de un hombro, y cuando más se alborotaba el bando de los «pingüinos», riendo de una noticia o admirando un objeto raro, ellas miraban obstinadamente al cielo o al mar con una indiferencia inconmovible.

No tuvo, sin embargo, Rafaela, a quien pronto dejaron sola con el Vizconde los que antes la rodeaban, ni una sola palabra de queja por el olvido y por la indiferencia que al parecer él había tenido para con ella. Rafaela pasó con rapidez deslizándose sobre toda la serie de años que ella y el Vizconde habían estado sin verse.

Guardaban demasiados recuerdos para ser contemplados con indiferencia, y ellos se habían propuesto mantener hasta el último momento su fingida serenidad. Ojeda dio unos duros a la portera, que les salía al paso arrebujada en un mantón para abrir los cristales del zaguán. La adelantaba la propina del próximo mes. ¡Que Dios se lo pague, señoritos!

Cuando era ya el terror de la República, preguntábale uno de sus cortesanos: «¿Cuál es, general, la parada más grande que ha hecho en su vida?» «Sesenta pesos» contestó Quiroga con indiferencia; acababa de ganar, sin embargo, una de doscientas onzas. Era, según lo explicó después, que en su juventud, no teniendo sino sesenta pesos, los había perdido juntos a una sota.