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Cuando le preguntaban si era cierto que se casaba con un señorito, sonreía, se hacía la enojada como de chanza, y fingía mirar disimuladamente la sortija.... ¡Casarse! ¿Y por qué no? ¿No éramos todos iguales desde la revolución acá? ¿No era soberano el pueblo? Y las ideas igualitarias volvían en tropel a dominarla y a lisonjear sus deseos.

Al alférez real acompaña un indiecito que le sirve de paje, y le lleva el bastón cuando él lleva el real estandarte. Para uno y otro tienen los pueblos vestidos iguales, con bordados y galones muy costosos; pero, como están cortados a la antigua y no les ajusta a sus cuerpos, los hacen ridículos.

Eran fragatas que iban a descargar, Paraná arriba, en el puerto de Rosario; vapores de tres pisos, sin mástiles y de escaso fondo, parecidos a casas flotantes, que hacían el servicio diario entre Buenos Aires y Montevideo; reducidos paquebotes, iguales en su forma a los grandes trasatlánticos, que remontaban el estuario con rumbo al Paraguay y a las escalas fluviales del corazón del Brasil, en plena selva virgen.

Un viajero á quien durante su visita á este establecimiento, mostré esos objetos, sin indicarle su orígen, me aseguró que había recojido completamente iguales en las ruinas de Teotihuacan. Grande fué su asombro al conocer su procedencia, Laguna de Lobos, Provincia de Buenos Aires.

La escasa erudición de Isidora no le permitía saber si aquellas señoras eran de la Mitología o de dónde eran; pero la circunstancia de hallarse algunas de ellas bastante ligeras de vestido le indujo a creer que eran Diosas o cosa tal. ¡Y qué bonito el armario de tallado roble, todo lleno de libros iguales, doraditos, que mostraban en la pureza de sus pieles rojas y negras no haber sido jamás leídos! «Pero ¿qué harán en los rincones aquellos dos señores flacos? ¡Ah!

A me yaman Sebastián Venegas, eso es; y , Juaniyo, te yamas Gallardo; y usté, don José, tié su apellido, y cada cual er suyo, no siendo iguales mas que los de los parientes.

Trabajaba de costurera a domicilio, y tenía tan buenas manos, que se la disputaban las parroquianas, señoritas de escasa fortuna, que acogían como una felicidad el confeccionar en sus casas vestidos iguales a los de las modistas. Era huérfana. Su padre había sido cochero en una casa grande; su madre, portera.

Iba a hacer la misma pregunta a otros pasajeros de distinción, y si éstos no tenían «por casualidad» una caja de pistolas, arreglaría el encuentro a revólver, escogiendo dos completamente iguales entre los muchos que le habían ofrecido.

15 Y el que hablaba conmigo, tenía una caña de oro, para medir la ciudad, y sus puertas, y su muro. 16 Y la ciudad está situada y puesta cuadrangular, y su largura es tanta como su anchura. Y él midió la Ciudad con la caña de oro, doce mil estadios; y la largura y la altura y la anchura de ella son iguales.

Con otros dos que nombró Arturito concertaron un lance, el cual, por hallarse muy embravecidos los dos contrarios, no podía menos de ser serio. Arturito no sabía manejar el sable, ni esgrimir la espada, ni tirar a la pistola. Era menester procurar para él la menor desventaja posible, equilibrando las fuerzas y buscando iguales probabilidades de triunfo.