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Su primera salida quiso hacerla á pie: había ido á la corte para enterarse de todo, y lo conseguiría mejor así que encerrado en un carruaje.

Había visitado la pequeña ciudad de provincia en cuyo colegio había pasado su adolescencia, y después había ido a Brianza, el país de las rosas, donde había transcurrido parte de su juventud, donde estaban sepultados los suyos.

Yo sólo he ido á llevar vajilla de plata y copas y botellas de cristal á una casa de la calle de Don Pedro. ¡Vajilla! ¡copas! ¡botellas! ¿y dónde?... ¿hacia dónde de la calle de Don Pedro está esa casa? Hace esquina á la calle de la Flor. Quevedo no esperó á saber más.

Después que los niños fueron á estudiar sus lecciones se puso á escribir una carta. Antes de terminarla recibió la visita de su hermana Matilde, que habitaba como señora la casa de Estrada. Sus padres habían fallecido y también una de sus hermanas. Otra, llamada Ángela, se había casado con un ingeniero belga y se había ido á establecer á Andalucía.

Tocaría, pues, a otra puerta, yéndose derechita a ver al Sr. de Feijoo, que era amigo suyo y había sido su pretendiente, y tenía gran amistad con don Jacinto Villalonga, íntimo del Ministro de la Gobernación. A poco llegó don Basilio diciendo que Maxi no venía a almorzar. «Ha ido con D. León Pintado a ver a no qué personaje, y tienen para un rato».

Según sus consejos, Huberto debía decir a su novia que la señora Husson acababa de caer enferma en Valremont, donde había ido a pasar algunos días.

Iba Quevedo en la litera y á obscuras, aunque sin ir en la litera á obscuras hubiera también ido por lo tenebroso de la noche, y luchando con un millón de conjeturas, á ninguna de las cuales encontraba una explicación razonable. Esto sucedía al principio de la noche.

El día en que los encontramos aquí había ido con Elías; y por algo extraordinario iba sin duda, porque su vestido era el más escogido y su cara estaba más lavada que de costumbre.

Y hallando casualmente al paso un coche de los que habían ido á Puerta de Tierra, se metió en él.

Se miraba con admiración el sombrero, los anteojos, el baúl, los guantes, la cosa más diminuta que venía de París. Se tocaba, se manoseaba, y todavía parecía imposible. ¡Ha ido a París, ha vuelto de París! ¡Jesús! Los tiempos han cambiado extraordinariamente: dos emigraciones numerosas han enseñado a todo el mundo el camino de París y Londres.