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ISIDORA. Te lo he dicho mil veces. El reconocimiento de Joaquín... ISIDORA. Que reconozcas a nuestro hijo. Delante de ti no debo ni puedo disimular mis faltas. He sido un calavera, un disipador; merezco lo que me está pasando. Yo tenía una regular fortuna. ¿Sabes cómo se me ha ido de entre las manos?

Pues allí es donde él está de huésped... Pero si usted quiere verle no tardará en pasar por aquí añadió volviendo a su sitio . Todas estas tardes va a ensayar a los niños a la iglesia para la fiesta de la Virgen. ¡Ah! ; mi chico, que también canta, se ha ido ya hace un rato y estará jugando con los otros delante de la iglesia. Don Ricardo ha sido quien le enseñó la música como a todos los demás.

No he ido sino una vez y hace largo tiempo... pero hallaré el camino. Venga, señor, y prepárese para una ruda ascensión. Comenzamos en el momento á subir una escarpadísima senda que serpenteaba sobre el flanco de la montaña, atravesando aquí y allá algún bosquecillo.

Y no pudiendo soportar la vergüenza dió un soplo al candil, un empellón á Jacinto y atrancó la puerta apresuradamente. El mozo de Fresnedo tornó á ver las visiones de antes, pero mucho más brillantes, mucho más deslumbradoras. Y como estaba deslumbrado comenzó á marchar trompicando por el camino pedregoso en dirección á su pueblo. Los viejos se habían ido á la cama. Flora hizo lo mismo.

Había ido rápidamente a buscar su sombrero y su sobretodo, conservando sólo la presencia de espíritu necesaria para darse cuenta de que no debía pasar por un insensato; pero se lanzó a caminar en la nieve sin preocuparse de su calzado de baile. Minutos después se dirigía rápidamente a las canteras en compañía de Dolly.

Nadie. Esta teoría ha dado un empuje extraordinario á las velas con que marcha nuestro siglo: atrevida ó no, ella nos ha llevado adonde nunca hubiéramos estado. Nos hemos puesto en demanda, preguntando á todas las cosas, ya de historia ó de historia natural: «¿Quién eres? Soy la vidaLa muerte ha ido de vencida bajo la mirada de las ciencias: el espíritu siempre adelanta y hácela retroceder.

Muchos navegantes portugueses, arrebatados por la tempestad, habían ido a parar a esta isla, donde eran magníficamente tratados por gentes que hablaban su mismo idioma y tenían iglesias.

A las dos fondo en 3 brazas de agua, 3 millas al O de donde estaba fondeado, y á este tiempo llegó la chalupa á bordo y trajo los dos que habian ido al reconocimiento, los que no pudieron llegar los árboles expresados, por los infinitos arroyos de agua salada y pantanos. Al anochecer tuve que meter el bote á bordo, por el mucho viento y marejada.

La Regenta recordó las carracas de Semana Santa, cuando se apaga la luz del ángulo misterioso y se rompen las cataratas del entusiasmo infantil con estrépito horrísono. ¡Petra! ¡Petra! gritó. Estaba sola. ¿Adónde había ido su doncella? Un sapo en cuclillas, miraba a la Regenta encaramado en una raíz gruesa, que salía de la tierra como una garra. Lo tenía a un palmo de su vestido.

Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era más que un pequeño resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda una manzana, pero había ido empequeñeciéndose con el paso de los siglos y los apuros de la familia. Ahora una parte de él era residencia de monjas, y otras fracciones habían sido adquiridas por ciertos ricos, que desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio, atestiguada por la línea uniforme de aleros y tejados. Los mismos Febrer, refugiados en la parte del caserón que miraba al jardín y al mar, habían tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus rentas, a almacenistas y pequeños industriales. Junto a la portada señorial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa.