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Expía el gran crimen que se llama juventud. Estar de pie ahí, ante la tumba abierta todavía de un viejo camarada, es horrible, señores, les aseguro... simplemente horrible. Los pies se hunden en la tierra recién removida, uno se retuerce el bigote con expresión idiota y al mismo tiempo, querría aullar de pena.

Y á la verdad era bien necesario este consorte celestial para darle ánimo y aliento en la dura y continuada batalla con el enemigo infernal, que dolorido fuertemente de que un viejo idiota y sin letras corriese por el camino de la más alta perfección y se burlase de él quitándole tantas almas de sus manos, no le dejaba de perseguir de día ni de noche, ya apareciéndole en forma de feísimos animales, ya espantándosele con otras visiones abominables.

Y no hay remedio, a él va usted de cabeza... porque ese hombre la abandonará a usted... Son habas contadas». Fortunata tenía la cabeza próxima a las rodillas. Estaba hecha un ovillo, y sus sollozos declaraban la agitación de su alma. «¡Ah, mujer infeliz! añadió el clérigo con solemnidad, levantándose ; no sólo es usted una bribona, sino una idiota.

Para sus contemporáneos a excepción de pocos nobles espíritus fué un gran poeta que tenía un defecto, se emborrachaba y hacía una vida absurda: Derrochó sus felices dotes naturales, que hubiese podido desarrollar para bien de su obra y de su reputación, haciendo una vida más metódica. Al desconocido idiota que escribió esto le conozco yo personalmente.

; un día, al pasar por delante de las ventanas del salón, á Bobart que decía: "Esta pequeña es bastante bonita, pero imbécil como un ganso ..." ¡Viejo idiota! exclamó Roussel. ¡Despreciable bribón! dijo Mauricio. ¡Debe hacer una buena figura, añadió el joven, frente á frente de la señorita Guichard, en el gran comedor de Rouxmesnil!

A veces yo deseaba que arrancaran la piel a golpes a semejante idiota; otras me daba lástima verle entregado sin defensa a la brutalidad de sus verdugos. A Tiboulen y a Ugarte los llevaron a otra cuadrilla y nos dejaron en paz. Los primeros meses, Allen y yo nos dedicamos a estudiar sistemáticamente todas las formas y posibilidades de fugarse.

Al día siguiente, cuando se presentó en casa de Arizmendi, pensó Cracasch: Nada, van a felicitarme por la broma de ayer. Entró y le pareció que todo el mundo estaba serio. De pronto, se le acercó Arizmendi y con voz más que severa, iracunda, en un terrible ab irato, le dijo: No vuelva usted a poner los pies en mi casa. ¡Imbécil! Si no fuera usted un idiota, le echaría a puntapiés.

También ella estaba despeinada y triste, con los labios blancos, las ojeras negras, los ojos huraños, el vestido a medio ceñir.... ¡Qué feos estaban el pobre Niño de madera y la pobre niña de carne!... Y se sonrió otra vez como una idiota. Por su puerta entreabierta entró en aquel momento un agrio rumor semejante al graznido del cárabo.

Púdose sin gran trabajo restañar la sangre, y se cicatrizó la herida, pero el niño, nunca más recobró la palabra. Siguió inerte, indiferente para todo, tomando como un animal el alimento que le daban. Se había vuelto idiota. Este fue un golpe terrible para la familia del molinero.

Si hago ruido, pensó y ésta idiota de mujer llama, puedo ser conducido al puesto de policía. No arriesguemos el tener que entrar en explicaciones. Permaneció todavía un instante escuchando á través de la puerta y le pareció oir como un vago rumor de respiración.