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Más hermosa es todavía la cabeza del reptil, porque ésta corresponde á su tipo, y no esperamos verla de otra manera, mientras la cara del idiota es una forma espantosamente degenerada. A pesar de habernos parecido un hombre desde lejos, ni siquiera aparece la inteligencia del animal en sus facciones.

ESCIPIÓN. Entonces... entonces, ¡podéis largaros! CLEOPATRA. ¿Cómo? ESCIPIÓN. , podéis largaros todas. Id a buscar a vuestros maridos. Estamos hasta la coronilla. ¡Por la cabeza de Hércules! Si hemos fundado a Roma, no ha sido para volvernos después locos con vuestra estúpida argumentación. CLEOPATRA. ¿Estúpida? ESCIPIÓN. ¡Idiota, si os parece poco! ESCIPIÓN. ¡Oh, Júpiter! ¡Está llorando!

No falta tampoco el idiota de la aldea, magín descompuesto, candidato de pillos, víctima de las bromas aldeanas, enloquecido con ideas sobre filantropía, abriendo la boca de admiración y pestañeando con un ojo que sufre de perlesía intermitente, mientras la pupila del otro se le sale como el carozo de un durazno prisco.

Estaba casi ciego al entrar en el hospital; parecía idiota, sumido en inquebrantable silencio; Isabella no podía conservarle en su casa, por su estado de inconsciencia.

El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando la causa del mal, en las enfermedades de los padres. Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el instinto; pero la inteligencia, el alma, aún el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

Alguien se reirá de un filósofo de catorce años; pero yo no me turbaré ante las burlas, y tendré el atrevimiento de escribir aquí mis reflexiones de entonces. Los niños también suelen pensar grandes cosas; y en aquella ocasión, ante aquel espectáculo, ¿qué cerebro, como no fuera el de un idiota, podría permanecer en calma?

Pen-Ouët es idiota; ¿no sabes que los malos espíritus no entran nunca bajo el techo que cubre a un loco? Jan y su fuego que dan vueltas con tanta rapidez como la devanadera de una vieja, Jan y su fuego huirían a la voz de Pen-Ouët como una alondra ante el cazador. ¿Qué temes, pues?

No piensa, no discurre, sino de una manera torpe y rudimentaria. Como está bautizado, cuando muera se salvará. Si no estuviese bautizado, iría al limbo de los niños. Este es mi dictamen, meditado con mucha gravedad e ilustrado con el parecer de autorizados teólogos. Belarmino es un idiota de nacimiento y no ha podido pecar nunca.

Ello es que antes de que Benina traspasara la puerta, Doña Francisca le echó esta rociada: «¿Te parece que son éstas horas de venir? Tengo yo que hablar con D. Romualdo, para que me diga la hora a que sales de su casa... Apuesto a que te descuelgas ahora con la mentira de que fuiste a ver a la niña, y que has tenido que darle de comer... ¿Piensas que soy idiota, y que doy crédito a tus embustes?

Y luego, sacudiendo la cabeza, y extendiendo los brazos hacia el techo, había añadido en voz alta, para dar más solemnidad a su protesta: ¡Salvarme o perderme! pero no aniquilarme en esta vida de idiota.... ¡Cualquier cosa... menos ser como todas esas! Y a los pocos días cayó enferma.