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Yo quiero puntualizar: Digamos a las cinco. ¿A las cinco? Muy bien. A las cinco... Es decir, de cinco a cinco y media... Uno no es un tren, ¡qué diablo! Supóngase usted que me rompo una pierna... Pues citémonos para las cinco y media propongo yo. Entonces, a mi amigo se le ocurre una idea genial. ¿Por qué no citarnos a la hora del aperitivo? sugiere.

Enamorado cada vez más de Tónica, le halagaba la idea de casarse inmediatamente; pero este mismo cariño impulsábale a esperar.

Ya comprendo. ¿Y esa puerta existe? ¡Pues no ha de existir! Yo la he visto, yo respondo de todo: me encargo de averiguar cuándo salen las arpías, de llevar la cartita y de facilitar el paso.... No es mala idea dijo el militar y, sobre todo, mala ó buena, yo la he de llevar á cabo. ¿Y qué haremos para que esa lechuza de Coletilla no nos estorbe? Coletilla no nos estorbará.

No las economizábamos, porque, más previsor que a la venida, había hecho preparar, como el compañero, bestias de repuesto en Villeta. La sola idea de pasar ligero por aquel horno me alegraba el alma.

Pobre, huérfana de un hidalgo lugareño arruinado, y cuñada de un triste empleadillo en Hacienda, que casi me mantiene, mi orgullo se rebelaba contra la idea de conquistar dinero, nombre preclaro y consideración en el mundo, negociando con mi hermosura, por más que el matrimonio viniese como a santificar luego mis cálculos, ruines.

Juanita, impulsada irresistiblemente por la idea rara que había concebido, apartó con gran rapidez el pañolillo, que llevaba al pecho, prendido con alfileres, sacó sus tijeras del bolsillo del delantal y se desabrochó dos o tres corchetes del vestido. Don Paco, siempre de hinojos, la contemplaba embelesado y curioso.

Al llegar a la puerta cambió de resolución y pasó de largo sin entrar. Subió a la primera fonda que tropezó, alquiló una habitación y volvió a salir. Su inquietud y dolor no menguaron por esto. Al contrario, la idea de que no tenía dinero para pagar el pupilaje le atormentó de modo indecible.

Después fue con su tía a casa de Samaniego, y mientras duró la tertulia, permaneció apartado de ella, labrando y puliendo su idea. «Es en la casa de los escalones de piedra... Después que echó aquel brindis estúpido, Izquierdo habló de subir a gatas a casa de su hermana, y de bajar rodando por los escalones de piedra... Ya , pues, dónde está. Ahora, hay que proceder con sigilo y decisión.

Dimmesdale, cuya sensibilidad nerviosa era frecuentemente para él una especie de intuición espiritual, tenía á veces una vaga idea de que algo, enemigo de su paz, se había puesto en medio de su camino.

Es que, en efecto, el nombre de una figura típica ya no es una etiqueta banal que se adosa al zócalo de un busto o a los plintos de un bajo relieve; es el signo representativo de una concepción, de una creación, de una idea. Aun hoy mismo, el título de héroe o de semidiós habla menos al pensamiento que el nombre de Aquiles.