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La columna del comandante Rafael del Castillo, se encontraba acampada en el pequeño pueblecito de El Palmar, lugar pintoresco situado al pie de las estribaciones de las lomas de "Los Ciegos". Al amanecer, las alegres notas de la diana despertaban á todos aquellos bravos soldados de su sueño, y de sus pequeñas tiendas de campaña iban saliendo todos ya con sus equipos preparados y sus armas en la diestra.

Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir.

Luego sonaban las trompetas anunciando la suerte de matar, y se repetían los aplausos. Carmen quería irse. ¡Virgen de la Esperanza! ¿Qué hacía allí?... Ignoraba el orden que iban a seguir los matadores en su trabajo.

La Rufina María estaba sin juicio mirando tantas figuras como en aquel teatro del mundo iban representando papeles diferentes, y dijo al Cojuelo: Señor Güésped, enséñeme al Rey y a la Reina; que los deseo ver y no quiero perder esta ocasión.

Era el faro del Cerro; el monte que al ser visto por los primeros navegantes españoles dio, según la tradición, su nombre a la ciudad. Las luces se iban extendiendo profusamente. Alineábanse en dobles filas, indicando el trazado de los bulevares exteriores; otras más débiles punteaban con rangos superpuestos la negra masa de los edificios.

Mientras tanto, los maestros barberos empuñaban dos largos palos rematados por hojas férreas, á modo de guadañas bien afiladas, que iban á limpiar el rostro del gigante de su dura vegetación.

Armados de un sable corvo que llevaban sostenido entre los dientes, iban trepando por las laderas del cráneo, agarrándose á los haces de cabellos como si fuesen los matorrales de una montaña. Luego, apoyándose solamente en una mano y blandiendo la cimitarra con la otra, daban golpes á diestro y siniestro en la espesa vegetación.

»Dimos de comer a los moros bagarinos, y el renegado les consoló diciéndoles como no iban cautivos, que en la primera ocasión les darían libertad.

Y en efecto, la querida de Salabert les había echado una mirada penetrante sospechando lo que hablaban, y arrugó el entrecejo: "¡Anda, anda! ¡A buena parte iban con recaditos! ¡Como la picasen un poco era capaz de agarrar por el moño a aquella pánfila y batirla contra la pared!" La Socorro era una rubia linfática, de tez nacarada y ojos claros, un poco romántica y un mucho susceptible.

Y comenzó el balandro a navegar, ciñendo y escorando; pero no como en la bahía, en plano perfectamente horizontal, sino entre balances y cabezadas, que iban acentuándose a medida que refrescaba la brisa y la mar se rizaba, cubriéndose de carneros y garranchos.