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Su figura sobresalía del parapeto, destacándose sola y arrogante. Llevaba zamarra larga con cordonaje negro, faja morada y gorra pellejera. Pateta, según iba subiendo, le miraba con mayor tenacidad: de pronto, al reconocerle, soltó una palabrota y murmuró con ira: ¡El del fusilamiento! Y rápidamente el pensamiento le señaló su verdadero enemigo.

Ello era que Vetusta estaba metida en un puño. Entre el agua y los jesuitas la tenían triste, aprensiva, cabizbaja. El aspecto general de la naturaleza, parda, disuelta en charcos y lodazales, más que a pensar en la brevedad de la existencia convidaba a reconocer lo poco que vale el mundo. Todo parecía que iba a disolverse.

Eso es, señor Cura, lo que yo le iba á preguntar á usted. Pues salió yendo á la iglesia, arrodillándose delante del altar de Santa Ana y diciendo á la Santa con mucha devoción: Vengo á decirle á usted, santa abuelita, que mis hijos me ponen en un potro, pues el uno que llueva solicita, y... que no llueva solicita el otro.

Pero donde él iba con gusto, era a casa de los Vargas, calle Moreno, si no todos los días, porque era él muy comedido, por lo menos tres veces en la semana. Pampa le recibía poco menos que a escobazos, diciéndole que la señora no estaba, que se marchara, pues no había nada para él. Esperaré, muchacha; no tengo prisa.

Cuando asesinaron á Carranza, el heroico Doroteo se encontró en excelentes relaciones con los vencedores y tan comandante de operaciones como en el gobierno anterior. Pero ¡ay! su alto cargo tal vez iba á quedar anulado por innecesario. Los diversos partidos que infestaban el país de insurrectos en armas parecían haber ajustado una tregua junto al cadáver de Carranza.

Iba tras él un sujeto alto y fornido, con luenga barba negra, llevando al hombro una maza claveteada que á intervalos alzaba sobre la cabeza del otro, amenazándole de muerte. ¡Por San Jorge, aventura tenemos! dijo el barón. Averigua, Roger, qué gente es esa y por qué uno de los villanos así amenaza y espanta al otro.

Si aquella mujer por él inicuamente... no cabía negarlo, inicuamente seducida y abandonada , encontró después un hombre, un filósofo que, mediante matrimonio, o fuese como fuese, aseguró su porvenir, ¿con qué derecho iba él a turbar su reposo? Si le dijese, que ciertamente se lo diría: «yo no tengo la culpa», ¿qué contestaría? Además, ¿qué iba a solicitar? ¿Amor platónico? ¡Absurdo!

Allí debía de estar. Era forzoso recogerla. Pero, ¡y el tren que iba a salir! Ya roncaban las chimeneas, bufando como erizados gatos, y dos o tres silbos agudos preludiaban la marcha. Miranda tuvo un segundo de indecisión. Lucía dijo en voz alta. Y contestole sólo el respirar igual y fuerte de la niña, indicando un sueño tenaz y hondo.

Pasaba, sencillamente, que aquellos tres individuos eran de la partida del Cura y habían presentado a Bautista Urbide este sencillo dilema: «O formar parte de la partida o quedar prisionero y recibir además, de propina, una tanda de palosMartín iba a lanzarse a defender a su cuñado cuando vió que a un extremo de la calle aparecían cinco o seis mozos armados. En el otro esperaban diez o doce.

La reina continuó: Y he descubierto una cosa que me ha llenado de alegría, que ha abierto mi alma á la esperanza y á la felicidad: el rey me ama. ¡Oh, , me ama con toda su alma! y yo... ¡oh, Dios mío! para vos, padre Aliaga, que tenéis las virtudes y la pureza de un santo, he tenido abierta por completo mi conciencia, mi alma de mi mujer; vos no sois mi confesor, pero sois más que mi confesor, mi padre; yo os había dicho que no amaba al rey, á mi Felipe, al padre de mis hijos... ¡oh! y os lo decía como lo sentía... yo estaba irritada, humillada, abandonada; habían pasado días y semanas y meses sin que yo viera á su majestad más que en los días de ceremonia, delante de la corte, rodeada de personas pagadas para escuchar mis palabras; yo no era allí más que la mitad de la monarquía; la reina cubierta de brocados, con el manto real prendido á los hombros, con la corona en la cabeza; una mujer vestida de máscara presentada á la burla de la corte; después de la ceremonia, el rey se iba por un lado con su servidumbre, y la mía me traía como presa á mi cuarto... esto me irritaba.. me indisponía con todo... hasta conmigo misma...; pero anoche... cuando vi al rey delante de ... ¡oh Dios mío! comprendí que le amaba más que nunca, que mi amor no se había borrado, sino que había dormido, que había estado cubierto por mi despecho.