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A medida que Bringas iba entrando en caja, advertía su mujer que se debilitaban aquellos raptos de cariño conyugal que tan vivamente le atacaron en los días lúgubres de su enfermedad.

Lo demás del mundo no existía. «Y ahora don Santos moría escandalosamente, moría como un perro, habría que enterrarle en aquel pozo inmundo, desamparado, que había detrás del cementerio y que servía para los enterramientos civiles; y de todo esto iba a tener la culpa él, y Vetusta se le iba a echar encima». Ya empezaba el rum rum del motín, el Chato venía a cada momento a decirle que la calle de don Santos y la tienda se llenaban de gente, de enemigos del Magistral... que se le llamaba asesino en los grupos porque él obligaba al Chato a decirle la verdad sin rodeos asesino, ladrón.... El Magistral al llegar a este pasaje de sus reflexiones, sin poder contenerse, golpeó el pavimento con el pie.

El capitán Miguel de Chazarreta, que iba de general de la flota de Indias en 1630, se dispuso á llevar con sus tropas, á la monja alférez, y según el testimonio del contador Manuel Fernández Pardo, oficial mayor que era entonces de la Contaduría de la Casa Contratación de Sevilla, en los libros de dicha Contaduría se sentó la cédula del rey y el pasaje de la famosa guipuzcoana con el título de el alférez doña Catalina de Erauso.

Por vez primera condenaba su conciencia los medios que iba pronto a emplear su astucia. Cristeta le seguía mirando con todo el poderoso encanto del amor sincero. Anda... Juan... ¡dímelo!

De buena gana hubiera revuelto mi cabalgadura hacia sus risueñas praderías, cruzadas de senderos blandos y tentadores; pero me arrastraba a la derecha el pícaro deber encarnado en aquel condenado espolique, siempre cosido a las faldas de los montes, como si de ellos tomara el vigor y la fortaleza que parecían crecer en él según iba caminando.

Por este medio fue presentada en la corte que iba siempre vagando de un lugar a otro y habitaba bajo hermosas tiendas en campamento vastísimo capaz de contener y que contenía más de veinte mil personas, desde el Abuna o Patriarca, la clerecía, las princesas de la sangre y los altos dignatarios, hasta los soldados y sirvientes.

Llegó a explicarse aquellas tardes eternas que pasaba Anselmo en el patio, sentado en cuclillas y acariciando al gato. Callar, vivir, sin hacer más que sentirse bien y dejar pasar las horas, esto era algo, tal vez lo mejor. Por allí debía de irse a la muerte.... Y Ana iba sin miedo.

26 Y el joven Samuel iba creciendo, y hallando gracia delante de Dios y delante de los hombres. 27 Y vino un varón de Dios a Elí, y le dijo: Así dijo el SE

¡Anday, judíos! exclamaba una moza del partido azotando con un zueco la espalda de muchos de sus conocidos, peones de albañil y canteros. Detrás del duelo iba una escasa representación del sexo débil; pero, según las de la cesta y las de las fuentes públicas, «eran malas mujeres». ¡Anda , pendón! ¿Adónde vais, pingos?

Un grupo de mozalbetes hizo montar á la vieja sobre uno de estos cañones, como si fuese un carro triunfal, arrastrando la pieza de artillería por las calles inmediatas. Ella, con los blancos cabellos en desorden, elevaba los brazos cantando la Marsellesa. La muchedumbre la saludaba con aplausos. Nadie sabía quién era, pero su paso iba despertando la veneración instintiva que infunde la ancianidad.