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Y el pobre Silas sentía algo que no carecía de parecido con los sentimientos de esos hombres primitivos, cuando, impulsado por el miedo o por su humor sombrío, huían de ese modo las miradas de una divinidad enemiga.

¿Habéis oído nunca cosa semejante? dijo la señora Kimble riendo de muy buen humor por encima de su doble sotabarba, a la señora Crackenthorp, que parpadeaba de un ojo, meneaba la cabeza y tenía la amable intención de sonreír. Pero esta intención se perdió en ligeros rezongos y ruidos.

Se conoce que estoy de muy mal humor, en que he ido a meterme con botas y espuelas bajo la jurisdicción o en la jurisdicción del señor fiscal de imprenta. Por lo mismo, y para evitar una cornada, tomemos de nuevo el olivo de la bella literatura. Esto es: levantemos ante el señor fiscal, como en señal de paz, un ramo de oliva.

Fúndese, si alguna vez hay dinero, paz y humor para fundarle, y ya entonces daré yo los consejos que dejo en el tintero ahora por no pecar de prolijo.

Tal consideración me avergüenza y humilla, en vez de llenarme de vanidad; y, aunque no sea de silfos, sino de hombres como yo, el público que ha de leerme, todavía le presento con grandísima desconfianza este escrito, que no he tenido reposo, ni humor, ni tiempo para hacer más breve.

Cecilia, a quien sólo se le conocía el mal humor en que hablaba menos, sacó de su cómoda un elixir dentrífico, copió una oración a Santa Polonia que le habían dado, y llamando con misterio a Elvira, le dijo toda ruborizada: Elvira, ¿quieres hacerme el favor de llevar este frasco y este papel al señorito Gonzalo? ¿Ahora mismo?

Algunas noches, en el silencio del dormitorio, mostraba a Maltrana aquel globo de tirante piel, agitado en su interior por misteriosos estremecimientos. Era el miedo, la inquietud de la primeriza ante lo extraordinario del fenómeno. ¿Llevaré dos? preguntaba con voz trémula . que sabes tanto, ¿no reconoces que esto es demasiado?... Pero Isidro contestaba con mal humor.

Casi siempre, sin jaqueca, y aun cuando por acaso la padeciese, se complacía en tener a D. Joaquín a su lado. Y al mismo tiempo no se mostraba ni triste ni más seria que en lo pasado; su buen humor y su alegría eran como siempre. Sus concurridas tertulias se hicieron diarias y sin interrupción.

Me ayudaréis a elegirlo ... y me lo pagaréis. Hablaba en tono alegre y afectuoso: no parecía la misma criatura desabrida y mal humorada que hemos visto en su hotelito del barrio de Monasterio. Sin duda, todo el mal humor lo reservaba para Salabert. ¡Esto es bueno! exclamó Castro dignándose sonreír levemente . ¿Nos pides joyas a nosotros cuando tienes en tu casa el bolsillo de Salabert?

A buena parte iba la correveidile de Glocester». Fortunato ya había dado palabra de honor de ir a la solemne sesión de La Libre Hermandad. Esto y el ver allí a la de Páez, su más fiel devota, agravó el mal humor del Vicario. Le costó trabajo estar fino y cortés y lo consiguió gracias a la costumbre de dominarse y disimular.