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A la siguiente mañana, no repitió Mariano sus exigencias de la noche de Navidad. Estaba de buen humor, alegre, saltón, inquieto y condescendiente. Gozosa también Isidora de verle sin las siniestras genialidades de la pasada noche, hízole mil caricias, le vistió, le arregló, púsole una elegante corbata, que ha días tenía para él, le peinó, sacándole raya, y cuando estuvo, a su parecer, bastante acicalado y compuesto, llevole delante del espejo para que se viera, y le dijo: «Ahora que estás hecho una persona decente».

Boulmet estaba radiante y, con una gracia antigua, solemnizada por cuarenta años de notariado, nos presentó al señor Desmaroy como un ferviente aficionado a antigüedades, lo que trajo a los labios de todos una leve sonrisa... Desmaroy, muy en su papel, no parecía cortado para un hombre en su caso, y se resignó con visible buen humor a ver todas las antigüedades posibles, incluso mi persona.

Pareciome no tener todo el buen humor que en otros tiempos le había visto; no si me buscó él a mi, o le busqué yo a él; sólo que a pocos minutos paseábamos el salón de bracero, y alimentando el siguiente diálogo: ¿ en el mundo? me dijo.

Levemente frunció el ceño el novio, que no en vano había corrido cuarenta y pico de años de la vida cercado de gentes de festivo humor y fácil trato y huyendo de las escenas de lagrimitas y de lástimas y disgustos que alteraban por extraño modo el equilibrio de sus nervios, desagradándole como desagrada a las gentes de mediano nivel intelectual el sublime horror de la tragedia.

Don Braulio, según sus quehaceres o su humor, iba o no iba con su mujer y su cuñada a estas diversiones y fiestas, a las que Rosita tenía buen cuidado de convidarle siempre. Pasaron meses desde la noche en que por vez primera habían aparecido en la tertulia de la Condesa don Braulio, su mujer y su cuñada. Todas las prudentes reflexiones de don Braulio a su mujer habían sido inútiles.

El Comendador apuró todas las razones, empleó todos los tonos, pero singularmente el de la súplica; D. Carlos le contestó varias veces de mal humor, y fué menester la prudente superioridad del Comendador para calmar y contener á D. Carlos y evitar que llegase á ofender á quien le aconsejaba y casi le mandaba.

, pero el buen humor del Magistral se había nublado; su madre le había puesto nervioso, airado, no sabía contra quién.

dijo don Víctor, que manifestaba a menudo su buen humor recitando versos del Príncipe de nuestros ingenios o de algún otro de los astros de primera magnitud.

Faltaba también el tío Frasquito, que, con gran indignación de Currita, no se había tomado el trabajo de disculpar su ausencia; y faltaba Leopoldina Pastor, que la había disculpado tan sólo con una lacónica esquelita, diciendo que un indecente orzuelo le había aparecido en un ojo, poniendola de humor malísimo.

Juanita supo con tanto pulso seguirle el humor, que no se callaba ni lo aceptaba todo desde luego, sino que impugnaba algo sus tesis y discursos para darle ocasión de que hablase más y desplegase su elocuencia, a la cual acababa por ceder, reconociéndose vencida.