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La desenfrenada codicia de los bárbaros usurpadores los empeñaba en pillarlo todo, sin respetar los templos; en ellos derramaban la sangre humana sin distincion de sexos, ni edades.

Basta recordar que la peste humana, que puede ser detenida con sólo matar ratones desde que se ha encontrado su bacilo, aniquiló la cuarta parte de la población de la Europa, cuando las epidemias eran combatidas con rogativas y procesiones, en el siglo XIV.

Lo que la inquietaba seriamente era la posibilidad de una de esas curaciones maravillosas que echan por tierra todos los cálculos de la prudencia humana. Comenzaba a odiar al doctor Le Bris, tanto por sus escrúpulos como por su talento. Para acabarse de tranquilizar se prometió cortar en flor las gestiones de don Diego, hasta que ella hubiese tomado todas sus precauciones.

Esta comedia, que, como La desdicha de la voz, de Calderón, describe el poder del canto en el alma humana, aunque en belleza no pueda rivalizar con Doña Diana, nos ofrece, sin embargo, como un reflejo de su primitivo encanto romántico. Matos Fragoso. Cristóbal de Monroy. Juan Bautista Diamante.

No pocas de ellas, cuando no absueltas, aparecen atenuadas por los sentimientos e ideas de aquella edad en que la razón de Estado propendía a justificarlo todo. Porque siendo la moral harto menos dulce que hoy y menor el respeto a la individualidad humana, los llamados a dirigir los pueblos se creían realmente señores de vidas y haciendas. El fin, más que hoy, justificaba entonces los medios.

De pronto la bola entra en un cajetín y el croupier canta el número. Doce. Rojo. Manque. Par... ¿Lo ve usted? suspira D. Salustiano . Era indudable. No hay manera humana de ganar. Y cogiendo ocho duros en fichas, los pone a una «calle». Diez y nueve, veinte y veintiuno. Ocho duros más que voy a perder me dice . No se gana nunca. Está demostrado... En efecto. D. Salustiano pierde los ocho duros.

Habiendo dominado esta ciencia, emprendió el escribir un tratado de ella en sus ratos de ocio, que eran los más del año, y si no lo dejara a la mitad, habría sido un monumento de la humana sapiencia.

Al cabo de veinticuatro horas manifestó que su estado era grave, aunque no desesperado. Julita había padecido varios ataques nerviosos en el trascurso de aquel día: la vista de su hermano moribundo le había causado profunda y terrible impresión: no hubo fuerza humana capaz de hacerle tragar alimento ni medicina alguna.

Con la idea de la redención de los pecados de los hombres por el sacrificio de un Dios, y de la expiación de la maldad por el sufrimiento y la oración, junto con la suposición de que los muertos están en mayores necesidades que los vivos, mereciendo, por lo tanto, más atenciones, la Iglesia buscaba en el cielo todo lo que la inteligencia humana viene encontrando en el suelo, por medio del pensamiento rehabilitado y del trabajo ennoblecido.

Eran indudablemente hombres buenos, justos y cuerdos; pero difícilmente habría sido posible escoger, entre toda la familia humana, igual número de hombres sabios y virtuosos, y al mismo tiempo menos capaces de comprender el corazón de una mujer extraviada, y separar en él lo bueno de lo malo, que aquellas personas cuerdas de severo continente á quienes Ester volvía ahora el rostro.