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Presa de horribles vacilaciones, de temor, de anhelo y compasión, se sentó delante de una mesa y metió la cabeza entre las manos mientras el niño, en completa libertad, curioseaba por la estancia enredando con los objetos que estaban a su alcance. El ingenioso D. Pantaleón salió de su ensimismamiento para mirar el reloj. Eran ya más de las seis. No tardarían en llamarle para comer.

Cuando lo conseguimos, no encontramos nada capaz de satisfacer nuestra curiosidad. Parece mentira que las cosas humanas marchen de una manera tan monótona, que haya tan pocos choques de ferrocarriles, dada la extensión de líneas férreas y tan raros crímenes horribles, dadas las condiciones de nuestra amable especie. He ahí, por fin, el famoso puerto de Nueva York.

Pero, reverendo padre, horribles males hay en la tierra. ¿Qué hace al caso que haya bienes ó que haya males? quando envía Su Alteza un navio á Egipto, se informa de si se hallan bien ó mal los ratones que van en él? Pues qué se ha de hacer? dixo Panglós. Que te calles, respondió el derviche.

El fuego de la tempestad alumbra raras veces esos montes; la tierra no se estremece sino instantáneamente al impulso de horribles terremotos. No, no es Granada donde cabe admirar mas el poder de Dios y la grandeza del mundo.

Muchos santos padres lo han dicho: «La ira es peor aún que la lascivia en los sacerdotes». La ira de los sacerdotes ha hecho verter muchas lágrimas y ha causado males horribles.

Trépase á la címa de Fourvières por entre las horribles y sucias callejuelas del viejo Lyon, llegando al anfiteatro pintoresco del jardín de Fourvières por una serie de escaleras interminables que pasan de algunos centenares y hacen de la ascension una verdadera empresa.

Pero, como no hay atajo sin trabajo, de esta otra guerra, que es la industrial y comercial, nacen temerosas perturbaciones, duros padecimientos, horribles desengaños y desconsoladoras ruinas. No me incumbe explicar esto ni hacer aquí la sátira del modo de ser de las sociedades modernas.

Señor, no tengo palabras con que abominar bastante la conducta de un hombre muy conocido en Madrid; uno que ha tenido la osadía de usar, profanándolo, el nombre de V.M. para disculpar sus horribles maquinaciones.

El pobre viejo se sintió presa de un violento golpe de fiebre: quiso recapacitar y no pudo; los más horribles pensamientos cruzaron por su imaginación; perdido siempre en la habitación, volteó dos o tres muebles, tuvo miedo, se le aflojaron las piernas y cayó desfallecido sobre el piso. Un silencio sepulcral reinaba en las habitaciones, tan profundo, como en la obscuridad que lo rodeaba.

Sigue una escena admirable, en que la Muerte, de la mano del Pensamiento, se desliza como una sombra detrás del Rey para amonestarle, y le dice estas horribles palabras: ¡Polvo eres Y polvo otra vez serás! El Pensamiento salta mientras tanto alrededor de Baltasar, é intenta distraerlo con sus burlas; pero hasta en sus chistes hay algo de esa voz temerosa, que lo aconseja.