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Gruesos, pero exquisitamente labrados, barrotes abalaustrados sostienen el medio punto que la remata, en cuyo centro campea orgullosamente, la puerta que constituye las armas parlantes de la familia, mientras que coronas, tiaras, espadas y llaves cruzadas, pregonan por doquier los grandes honores que ésta ha gozado desde tiempo inmemorial.

Maltrana, cogiéndola del talle, la hablaba al oído, cosquilleándole una oreja con su aliento. Así o de otra manera, bien estaba. ¿Iban a pasar la tarde sudando y haciendo fuerza como gallegos? La pobre cama tenía derecho a quejarse con tantos arrastres y vueltas. Había que dejarla quieta... hacerla los honores de la nueva instalación...

¡El capitán Antonio Riquer!... Un héroe de la isla de Ibiza, un marino tan grande como Barceló... Pero como Barceló era mallorquín y el otro ibicenco, todos los honores y los grados habían sido para aquél. Si hubiese justicia, debía tragarse el mar a la isla orgullosa, madrastra de Ibiza. De pronto, el viejo recordaba que Febrer era mallorquín, y permanecía en confuso silencio por unos instantes.

Pero, por debajo de su enhiesta arrogancia, su instinto rastrero hacíale meditar en el poder del Soberano, en aquel poder irresistible, absoluto, que, a la vez que dispensaba los más grandes honores, podía suprimir la existencia más bizarra con un trazo de péñola.

Después de su campaña diplomática en Portugal, D. Cristóbal, colmado de honores y mercedes, llega a la cumbre del crédito y del valimiento cerca de su soberano. Para sostenerse en tan envidiada posición, no le valieron sólo su discreción y rara aptitud en los negocios, sino también su celo, su decidida lealtad y su profunda y sincera devoción al príncipe a quien servía.

Sus mejillas ruborosas y su mirada, un tanto inquieta prestaban a su semblante una expresión de candor inefable. La felicidad revelada en su rostro, realzaba su belleza: sus miradas vagaban de su novio a su padre, y de éste a su novio, haciéndoles por igual con coquetería encantadora los honores de su gracia.

No me amáis todo lo que yo quisiera... pero me amáis... ; me amáis... y yo os haré tanto... yo seré para vos tanto... ¿Qué seréis para ? El camino de los honores, del mando, del trono. ¡Eh! ¿qué decís del trono, señora? dijo Quevedo con un acento tan singular como nadie hasta entonces había oído en él. Digo, que sin haceros rey, os pondré sobre el rey, y como el rey está en el trono...

Si algún temor le quedaba de perder la vida, desapareció bajo la caricia de esta falsa gloria... ¡Morir contemplada por tantos hombres valerosos que le rendían el mayor de los honores!... Sintió la necesidad de ser admirable, de caer en postura artística, como si estuviese en un escenario.

Dos nobles amigos del barón le encomendaron á sus hijos, jóvenes y apuestos caballeros llamados Froilán de Roda y Gualtero de Pleyel, para que compartiesen con Roger de Clinton los honores, peligros y deberes del cargo de escuderos.

Areche, Medina y Mata-Linares, autores de tantas atrocidades, recibieron honores y aplausos: pero el aspecto de las víctimas, sus últimos lamentos, sus miembros palpitantes, sus cuerpos destrozados por la fuerza de los tormentos, son recuerdos que no se borran tan facilmente de la memoria de los hombres; y debe perpetuarlos la historia para entregar estos nombres á la execracion de los siglos.