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¡Santo Dios, yo te doy gracias exclamo respirando como el ciervo que acaba de escaparse de una docena de perros y que oye ya apenas sus ladridos; pero de aquí en adelante no te pido riquezas, no te pido empleos, ni honores; líbrame de los convites caseros y de días de días; líbrame de estas casas en que es un convite un acontecimiento; en que sólo se pone la mesa decente para los convidados; en que creen hacer obsequios cuando dan mortificaciones; en que se hacen finezas, en que se dicen versos, en que hay niños, en que hay gordos, en que reina, en fin, la brutal franqueza de los castellanos viejos! ¡Quiero que, si caigo de nuevo en tentaciones semejantes, me falte un roastbeef, desaparezca del mundo el beefsteak, se anonaden los timbales de macarrones, no haya pavos en Perigueux, ni pasteles en Périgord, se sequen los viñedos de Burdeos, y beban, en fin, todos menos yo, la deliciosa espuma del champaña!

Eres una gran mujer, Martita decía Ricardo con la boca llena . Se te puede comprar al peso, y eso que no debes pesar poco, a juzgar por las señales de que no quiero hacer mención porque no me llames pesado... En cuanto vea a Manolito López le diré que no piense en otra mujer si quiere ponerse gordo y rollizo (que buena falta le hace)... Si a me cuidas de ese modo, ¡cómo le cuidarás a él!... Basta, basta, Martita, no me pongas tanto dulce... quieres, por lo visto, que pille una indigestión aquí en secreto... Está bien ese pavo: merece los honores que le he hecho...

Sentado Fray Miguel y en silencio, el Padre Ambrosio habló de esta suerte: Hermano, mi vista, que penetra y escudriña los corazones, ha penetrado en el tuyo y ha visto que está lleno de ambición, de codicia, de sed de deleites, honores y poder, y de desesperación, porque en tu mocedad no pudiste alcanzarlos, y hoy, abrumado por la vejez, no te queda ni la más leve esperanza.

Los notables del país, invitados á comer, iban llegando. Clementina tuvo que pensar en su atavío. En las angustias de su situación, había olvidado que el tiempo pasaba y que era preciso sacrificarse por el decoro. Pasó rápidamente entre los convidados, á quienes Mauricio y Herminia hacían los honores de la casa, y encontró que ya se había propagado el rumor de la reconciliación.

Desde el momento en que el mundo y el orden del mundo son puros fenómenos determinados por nuestra inteligencia, no tiene razón de ser una Inteligencia Suprema. Había llegado la hora de poner a Dios a la puerta y despedirlo con todos los honores de un rey destronado legalmente.

Atendió solamente al porvenir de Lázaro, y de grado o por fuerza, hízole montar en una mula, y salir en ella, no a correr mundo como sus antepasados a Flandes en busca de aventuras o a Italia persiguiendo honores, sino a presentarse al bueno del obispo, para que éste modelara, cual si fuera de arcilla, aquella alma que aún no había despertado a la vida.

Desde aquel instante, yo, Rodrigo Moncénigo, barbero del Rey, fui restablecido en mis funciones, así como en los derechos y honores de mi cargo. Habiéndose hecho llevar la Reina una cruz de Calatrava, con el permiso de su augusto esposo, la puso, con su propia mano, en el pecho de Farinelli. Ahí tiene usted continuó el barbero mirando al marqués de Priego cómo fue condecorado el músico.

Detuviéronse: Aurora parecía decir a su galán que no siguiese más. Era prudente esta indicación, y el galán se despidió apretándole la mano. Maxi le miró subir hacia la calle de la Magdalena, y sentía deseos de gritar e írsele encima: «Ratero de mi honor y de todos los honores... ahora las vas a pagar todas juntas». Creía que se le afilaban las uñas haciéndosele como garras de tigre.

A esa hora, muy planchadito y repeinado, erguido hasta la rigidez, risueño de oreja a oreja, y solemne y augusto en su apostura, apareció delante de la Colegiata, dispuesto a aceptar los honores del triunfo que habían de decretarle allí, en el momento de salir de misa mayor, las gentes más importantes de la villa. Entre tanto ocurría dentro, en la iglesia, un suceso muy extraordinario.

No concedamos a estos vagos honores sino la poca importancia que merecen. ¡Sólo el Arte debe ser objeto de nuestras ambiciones, señoritas...! ¡El es el que da una significación, un valor a la existencia...! ¡Trabajemos sin descanso, señoritas...! El trabajo nos proporciona alegrías puras, junto a las cuales la riqueza y las condecoraciones no son mas que fruslerías.