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Pero ese fustazo de reacción que había encendido un efímero relámpago de ruina sensorial, traía también a flor de conciencia cuanto de honor masculino y vergüenza viril agonizaba en .

¿Y para la que no acepta la resignación?... Para esa no hay más que la rebelión añadí convencida. Las honradas faltarán al honor haciendo traición a quien puedan... Las otras caerán más bajo todavía... Es triste continué, pues si la sociedad no protege a sus individuos, se protegerán ellos mismos y volverá a empezar la lucha cuerpo a cuerpo, con la traición además...

No buelvo al primer fauor concedido, mas de en quanto fué el Primero, y dado para quiebra y nota. Lo del Consejo, dado de Su Mag.^d de su propio motu y election, sin demanda mia, q. no soy tan confiado q. tal pidiera. Honor q. no ha sido sino para nota y grillos. Y porque se vea la diminucion de que trato, Acuérdese su Mag.^d del fauor q. me hizo en Consejo en Amiens, en presencia del Sr.

ESCIPIÓN. ¿Es posible? MARCIO. ¡Palabra de honor! Toda paciencia es poca para aguantar a estos imbéciles. Parecen mudos. ESCIPIÓN. Os compadezco de todo corazón. UNA VOZ. ¡Proserpinita mía! ¿Dónde estás?

Sentía ese estupor de una persona herida por el rayo, en el esplendor de su existencia, en su honor, en su inocencia; la indignación de una mujer honesta públicamente insultada, el temor vago de una catástrofe desconocida, próxima y terrible.

Iban a separarse en Río Janeiro, pero él no podía quedar así, con buenas palabras nada más, sin un documento que atestiguase su conducta caballeresca. Necesitaba el acta del encuentro, para unirla a muchas otras en el archivo de su honor.

En aquellas cortas líneas en que víctima invocaba los hidalgas sentimientos de verdugo, se hablaba de un compromiso de honor, proponíanse las condiciones más espantosas, pasaba por todo con tal de ablandar el corazon de bronce del usurero, y obtener de él la afirmativa.

A continuación de esta diana, una polca saltona con locas cabriolas de clarinete, y luego se retiraron los músicos. «Debe ser una alborada en honor de alguno de los alemanes vecinos míos. Cualquiera diría que era para .» Y Ojeda volvió a dormirse. Dos horas después, mientras se vestía, quiso saber el motivo de esta música, preguntando al camarero que entraba con un jarro de agua caliente.

El secretario estaba medio echado en una butaca, con el chaleco desabrochado y la corbata deshecha. Al ver al visitante se levantó, indicó con mano negligente un sillón enfrente del suyo y con una cara que expresaba grande asombro, pues nadie iba á aquel país sin estar obligado, dijo: ¿Á quién tengo el honor de hablar?

Un año hizo ayer de la muerte de Carlos: su familia, sus amigos lo lloran todavía. ¡He aquí el mundo, he aquí el honor, he aquí el duelo!