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En esta continua correría de un público a otro, adorado por los entusiastas, que ansiaban hacerle grata la vida en la población, conocía mujeres y asistía a juergas organizadas en su honor. De estas fiestas salía siempre con el pensamiento turbado por el vino y una tristeza feroz que le hacía intratable. Sentía crueles deseos de maltratar a las hembras.

Hijo este honor de la Edad Media y de la confluencia de los Godos y los Arabes, se ha ido comprendiendo y perfeccionando a tal grado, a la par de la civilización, que en el día no hay una sola persona que no tenga su honor a su manera: todo el mundo tiene honor.

Pero la estrella heráldica que lo llevó a morir entre el humo y el fragor de la metralla, le seguía como un lamento y como el grito de una madre: de ahí que ese hombre que pudo ser monte coronado de flores, viviera por mucho tiempo, errante y vagabundo, sin plantar su tienda, fija la mirada en la isla hermosa, donde no había justicia sin soborno, ni honor sin castigo, ni pan sin mancha.

Esta obra, sin embargo, de índole puramente ascética, fué tan famosa y encontró en los lectores tan favorable acogida como todas las suyas anteriores. En el año de 1627 publicó La Corona trágica, poema histórico en defensa del honor de la desdichada María Estuardo, por cuya dedicatoria al papa Urbano VIII fué nombrado doctor en teología y caballero de la orden de San Juan.

El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de quién era don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos, decía: ¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!

EUSTAQUIO. En mi sala se está al corriente de todas las cuestiones de honor. Este caballero se bate mañana, a las once, en el Parque de los Príncipes, ¿no es cierto? GÓMEZ. ¡Efectivamente! ¡Está usted bien informado!

Y Rafael el aperador, que sólo aparecía en Marchamalo de semana en semana, al ver por dos veces este baile, se mostró orgulloso del honor que el señorito hacía a su novia. Su amo no era malo; lo de antes fueron locuras de la juventud; pero ahora, al sentar la cabeza, resultaba un señorito de chipén, ¡la mar de simpático!, con gran afición a tratar a las gentes bajas, como si fuesen sus iguales.

Cuéntase de un título cordobés que sacrificando á la reparacion de su honor ofendido los vínculos mas tiernos de la naturaleza, precipitó en ella á una hija suya que vivia amancebada con un jóven de oscuro linage.

Y doña Manuela, embriagándose con la energía de su resolución, pensaba en la miseria como en una cosa desconocida, pero que iba pareciéndole grata por ser la salvación de su honor. Trabajarían ella y sus hijas. También duquesas, princesas y hasta reinas se habían visto en la miseria, arrostrándola con dignidad.

Tal es la triste historia del olvidado Alberto Glatigny, llamado á ocupar algún día entre los poetas líricos franceses del siglo XIX un puesto de honor. VIRGINIA D