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El Dragón era, como he dicho, una urca, una urca coquetona y elegante; parecía una dama holandesa, blanca y rolliza, vestida de negro, que marchaba contoneándose con gracia por el mar. El Dragón era un buen barco, un barco seguro, en el que uno se podía confiar, con una arboladura gallarda y muchas velas de cuchillo. Era de esas embarcaciones que los franceses llaman ardientes.

Si Paris y las dos ciudades belga y holandesa que he citado, y Berlin y San Petersburgo, han avanzado tanto en sus museos de historía natural y botánica, Inglaterra puede gloriarse de no tener rivales todavía por sus jardines de Londres, que son tan perfectos cuanto el estado de la ciencia y de los viajes y el arte lo permiten.

Me pone usted en un apuro con que vengan ya a buscarme la berlina de mamá y Narcisito en la berlina. Si fuera el landó, si fuera al menos el clarence, no habría dificultad. Pero en la berlina que es muy estrecha... ¿quiere usted decirme, diantre de general y aborrecible padrastro, dónde voy a colocar yo a doña Rita, que pesa doce arrobas y parece una urca holandesa?

Así, por lo que hace á Flándes en particular, solo añadiré que, habiendo formado en otro tiempo un solo cuerpo social y político, bajo el nombre de «condado de Flándesfué dividido á principios del último siglo en tres porciones: Flándes holandesa, que es actualmente la provincia llamada Flándes oriental; Flándes austríaca, ó sea la actual provincia occidental del mismo nombre; y Flándes francesa, que forma hoy el departamento del Norte en Francia.

Es de Ostende tambien que parten todos los años las numerosas flotas de barcas pescadoras, á buscar en el mar de Noruega y todo el mar del Norte su abundante provision de harenques y bacalao, que tienen tan extenso consumo en Europa, en competencia con el producto de la pesca holandesa. Bien sabido es tambien que Ostende especula con la cria permanente de sus renombradas ostras.

En realidad, aquella casa ya no era suya. Por mucho que la esposa se esforzase, siempre se interpondría entre ambos el irremediable pasado. Su destino era vivir en un buque, pasar el resto de sus días sobre las olas, como el capitán maldito de la leyenda holandesa, hasta que viniese á redimirle una virgen pálida envuelta en velos negros: la muerte.

Pasó después a imitar los maestros venecianos... luego la escuela flamenca y holandesa que tanto se aproxima a la naturaleza... después pintó la naturaleza, misma... ¡Este fue el último crimen, porque sus obras, que nunca fueron buenas, concluyeron por ser aborrecibles!

Candido dixo á Cacambo: Ya ves, amigo, que deleznables son las riquezas de este mundo; nada hay sólido, como no sea la virtud, y la dicha de volver á ver á Cunegunda. Confiéselo así, dixo Cacambo; pero todavía tenemos dos carneros con mas tesoros que quantos podrá poseer el rey de España, y desde aquí columbro una ciudad, que presumo que ha de ser Surinam, colonia holandesa.

Si geográfica é históricamente hablando el país flamenco de Bélgica se reduce á las dos provincias del Este y el Oeste, comprendidas entre la costa marítima, las fronteras francesa y holandesa y las provincias de Ambéres, el Brabante meridional y Hainau, en rigor la unidad etnológica es mas considerable, puesto que la raza flamenca no solo cuenta unos 790,000 individuos en la provincia oriental, 640,000 en la occidental y 440,000 en la de Ambéres, sino tambien un número respetable en el Brabante belga y otras provincias; alcanzando en su totalidad como 2,490,000 individuos que hablan la lengua y conservan las tradiciones de la nacionalidad flamenca.

No citaré a usted más que dos de las más ilustres: la gran artista holandesa María Van-Osterroyek, que vivió en el siglo XVII, y nuestra gran francesa Rosa Bonheur... ¡Qué nombres y qué artistas!... Cuánto celebro ver que las solteronas están tan favorecidas... ¿Por qué no habían de serlo? preguntó la Melanval.