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Unas camareras de albos delantales cuidaban de la cocina y el aseo de este hogar flotante, compartiendo los peligros de los marineros rojos y tranquilos, exentos de las tentaciones que provoca el roce de la mujer. Los domingos, bajo el sol de los trópicos ó á la luz cenicienta de los cielos septentrionales, el contramaestre leía la Biblia.

¿Nos ama realmente? dijo Perla mirando á su madre con expresión de viva inteligencia. ¿Irá con nosotros, dándonos la mano, y entraremos los tres juntos en la población? Ahora no, mi querida hija, respondió Ester. Pero dentro de algunos días iremos juntos de la mano, y tendremos un hogar y una casa nuestra, y te sentarás sobre sus rodillas, y te enseñará muchas cosas y te amará muy tiernamente.

Ahí está también el vasto sendero del mar, continuó Ester: él te trajo aquí; si quieres, te llevará de nuevo á tu hogar.

Habiendo escapado difícilmente con vida del campo de batalla, el capitán espoleó su corcel y se encaminó a su hogar, seguido muy de cerca por algunos soldados de Cromwell. Su esposa, dama de gran valor, tuvo apenas tiempo de esconderlo en la cámara secreta antes de que llegara el enemigo a registrar la casa. Sin acobardarse mucho, ella misma les ayudó y personalmente los guió por toda la mansión.

Refirió primero cómo se había fugado del hogar paterno, de edad de quince años, lanzándose a correr mundo, sin que en todo el tiempo transcurrido desde aquel suceso, tuviese noticia alguna de su patria y familia.

No produciendo nada la tierra, buscó hacia el mar, y como éste estaba cerrado, no tuvo más remedio que sacrificar á su amiga la foca; en ella encontraba concentrada la grasa del mar, el aceite, sin el cual muriérase de frío antes que de hambre. El groenlandés no sueña más que en ir á habitar la luna al término de su carrera, donde hallará leña á discreción, fuego, en fin, la luz del hogar.

Lanzado a una peña de la patria que adoro, el porvenir destruído, sin hogar, sin salud, venís a de nuevo, sueños de rosa y oro, de toda mi existencia el único tesoro, creencias de una sana, sincera juventud.

Una vez viuda, consiguió en breve hallar el camino de procurar a éste la indispensable enseñanza artística, alentándolo al propio tiempo en su noble vocación; y contaba el muchacho apenas quince años, cuando ya podía ayudar a la madre en los breves gastos de su pobre hogar, pintando para el caso muestras de tienda, en los estrechos intervalos que le dejaba el aprendizaje.

Tratar un marido á su mujer con melifluidades de esas que sólo se ven en los amantes de comedia, era envilecerla, igualarla con las que viven del pecado. La esposa cristiana había de ser casta en el pensamiento; cuidar de la salud material y moral del esposo, aconsejarle el bien y dirigir el hogar. Más allá sólo iban las mujeres perdidas.

Doña Cristina admiraba á su sobrino viendo el afecto con que le trataban los Padres, cómo le hacían partícipe de sus proyectos en bien de la religiosidad del país. Era casi una pasión lo que sentía por Urquiola. Cuando la visitaba, veía en él al representante de aquellos sacerdotes tan queridos, que de este modo indirecto entraban en su hogar.