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Dan impulsos de traer á aquellos parajes una colmena, para probar si la vista del hogar doméstico las hace romper el encanto que las tiene convertidas en pequeñas y mudas estatuas. Es esta flor la singularidad más peregrina que hemos visto.

Juan Claudio no entraba nunca en aquella sala sin recordar al abuelo de Catalina, a quien le parecía ver aún con la cabeza blanca, sentado en la sombra, detrás del hogar. ¿Qué hay? preguntó la labradora ofreciendo un asiento al almadreñero, que acababa de dejar el rollo de pieles en la mesa.

Y Luisa se arrojó en sus brazos, cambiando entre ambos muchos besos. ¡Ah! ¡No me has reconocido, Luisa! ¡Oh, !; ¡oh, !; te he reconocido en seguida, por tus pasos. El anciano Duchêne, con el gorro de algodón en la mano, cerca del hogar, tartamudeaba: ¡Santo Dios!... ¿Es posible?... ¡Pobre muchacho..., cómo viene!...

Con tal que no hiciese más que sacarle de esta mala vida, de este pueblo, de este hogar de pena y de vergüenza. ¿Lo hará? ¡Dígame que lo hará! ¿No es verdad? Lo hará; no puede, no debe negármelo.

Las creencias religiosas que observaban aquellos primitivos pueblos, estaban resumidas al culto supersticioso de los cadáveres, teniendo cada familia un altar en el hogar y un ídolo en las calaveras de sus mayores, que cuidadosamente conservaban cual lo hacían en sus lares, los descendientes de Rómulo con sus pequeños dioses penates.

Sus lágrimas fueron jugo del alma, esencia del dolor, La calma de su hogar era ya como cristal roto y, junto a esta dicha perdida, hasta el amor de Paz le pareció una felicidad mezquina. Las Hijas de la Salve eran unas monjas que a fuerza de pedir limosnas y aceptar herencias consiguieron edificar un buen convento en las cercanías de Madrid, fuera de la puerta de Fuencarral.

Te amé y te di mi corazón; me amaste, y al oír de tus labios que me amabas se disiparon las tinieblas de mi vida; se iluminó mi alma con los esplendores de la tuya, y anhelé ser bueno porque eras buena; quiso tener resignación como , y la tuve; y el que poco antes deseaba morir, amó la vida, y soñó con dichas y felicidades, no esas que supones, sino otras verdaderas, humildes... un hogar modesto y tranquilo, ni envidiado ni envidioso, del cual fueras alegría.

Otros han tenido los besos de los padres como el aplauso primero a sus demostraciones de hombría, de saber y de talento: Martí no; Martí no tuvo en el hogar más que áspera voz, seca riña, cruel amenaza, injusta reprensión de la mano como única recompensa a sus precoces anhelos de gloria y honores....

Amiga del boato, manirrota, terca y regañona, atosigaba al pobrete del marido con exigencias de dinero; y aquello no era casa, ni hogar, ni Cristo que lo fundó, sino trasunto vivo del infierno. Ni se daba escobada, ni se zurcían las calcetas del pagano, ni se cuidaba del puchero, y todo, en fin, andaba a la bolina. Madama no pensaba sino en dijes y faralares, en bebendurrias y paseos.