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Si no hubieras venido, hubiéramos ido todos a tu casa exclamó Butrón con gran vehemencia Como que sin ti no puede hacerse nada y en tus manos está, en rigor de verdad, la suerte del partido. La vanidad hizo en el rostro de la Albornoz lo que jamás había conseguido la vergüenza: sonrojarlo.

Que la traza del pobre africano le pareció lastimosa, se conoció en el gesto que hizo, en la cara que puso, y en el acento con que dijo: «Ya le conocía yo a este, de verle pedir en la calle del Duque de Alba. Es buen punto, y muy enamorado. ¿Verdad, Sr. Almudena, que le gustan a usted las chicas? Gustar B'nina, amri... Ajajá... Pobre Benina, ¡no se le ha sentado mala mosca!

No tuvo ni siquiera, por mucho tiempo, los placeres del propio hogar. Errante siempre, de acá para allá; en la propia España, en Cuba solo de paso, en los Estados Unidos, en las tierras todas de la América latina; lo principal de su existencia fue preparar y hacer estallar la revolución cubana. Todo lo demás que hizo fue perfectamente secundario en su vida.

La sonrisa de D.ª Rafaela se hizo más benévola aún y más indulgente.

En efecto, el más pequeño de sus hijos, que dormía en la alcoba, había dado un leve gemido, al cual siguió otro más fuerte. Lucía corrió a allá para que no se alborotase. Calla, Chuchú, calla, que aquí estoy yo. El niño no hizo caso. Si no callas, el hombre de las narices grandes vendrá a buscarte y te llevará. ¡Quero Ía! clamó el niño: Ía era la doncella, que se llamaba María.

El tío Frasquito hizo un gesto de resignación del paciente a quien sentencian a sacarse una muela, y Jacobo continuó: En tercer lugar, irse con pies de plomo, siguiendo la pista... Así es, que vamos a cuentas... ¿Quién sospechas que haya podido robar esos sellos?...

Un extraño temblor le hizo dar diente con diente; sintió la frente bañada por un sudor frío; se le turbó repentinamente la vista, y cayó al suelo sin conocimiento. Cuando lo recobró, estaba en brazos del sacristán y dos o tres labriegos que por allí andaban. Le habían bañado la cara con agua fría, le abrieron la sotana y le quitaron el alzacuello. Uno le echaba el humo del cigarro a la nariz.

Le ruborizó el encuentro, pero hizo la vista gorda reflexionando que aquello era, por decirlo así, la antesala del altar. Seguro de la victoria respecto a la mala hembra, transigió en lo relativo al mayordomo. Cuanto más que éste no rechazaba las indicaciones de Julián, ni le llevaba la contraria en cosa alguna.

Ya ve usted que yo no tenía la culpa. ¿Quién diablos me casó? ¿Quién me hizo militar? ¿Quién me dio opiniones? En presidio no se hace carrera, pero se hace mucho rencor.

Por otra parte no se hizo menos venerar la equidad de la Justicia Divina y lo oculto de sus siempre, adorables juicios, en lo mucho, que quiso justificar su causa en la condenación de los tres Reos últimos en la lista de los relajados en persona. Pero qué se había de entender de Escritura Sagrada un Jabonero o un negociante en cintillas?