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Lo primero que me dijo fué: "Bien esperaba yo en el Cielo que antes que estos mis ojos se cerrasen con el último sueño te había de ver, hijo mío, y ya que te he visto, venga la muerte y lléveme desta cansada vida.

Hubo un instante en que ambos permanecieron inmóviles mirándose a los ojos. Al fin García se dirigió con paso precipitado a la puerta. Antes de traspasarla se volvió y con los ojos llenos de lágrimas le dijo: ¡Que no te tome Dios en cuenta, Tristán, la injusticia que estás cometiendo! Tristán sólo entró en el comedor para despedirse de su mujer y besar a su hijo.

En casa del rico, como en la del menestral, jamás faltaba un bien abastecido palillero, testimonio indiscutible de la refinada cultura de sus habitantes. Señaló don Rosendo un diván a su hijo en ciernes, y éste, asustado, dejóse caer en él hundiéndole profundamente.

Llegábame de todos a los hijos de caballeros, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Ibame a su casa los días de fiesta, y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba, o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre.

El cocotero, sembrado desde el tiempo de la colonia, seguía vegetando; pero el vapor, hijo de la república é instrumento de la libertad, venia á envolverlo entre sus cortinas de humo, saludándole con los silbidos de la locomotiva. La noche ofreció una escena admirable, como para aumentar los incidentes del contraste. En el vapor Bogotá nos habíamos reunido personas de paises muy distintos.

Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas delante de Sancho, diciéndole: -Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te des algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de Dulcinea. Ahora, digo, que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud, y con eficacia de obrar el bien que de ti se espera.

Bien quisiera yo participar de tu confianza, Magdalena... Pero por desdicha veo de algún tiempo a esta parte a tu padre muy cambiado para . Al cabo de haberme tratado durante quince años como si fuera su propio hijo, viene a mirarme ahora como si fuera un extraño. Después de haber vivido a tu lado como un hermano, hoy mi entrada te asusta y lanzas un grito al verme...

Todo va bien, hijo mío dijo el señor Morfeo. Está en casa. Y juntos salieron al camino. Durante el trayecto, el señor Morfeo le dijo que Melisa había entrado corriendo en la casa algunos momentos antes, y le había arrancado de ella, diciendo que mataban al maestro en la Arcada.

El señor de Maurescamp avanzó entonces a pasos mesurados, luchando evidentemente contra el desencadenamiento de sus pasiones; sin embargo, observado por todos, y bajo la impresión del silencio en que quedó todo el salón, consiguió moderar su impulso, y llegando donde estaba su mujer, díjole con voz ronca y contenida: Vuestro hijo está enfermo... Venid.

Cuando acabé mi fácil y breve tarea, me dijo: Ahora vuélvete, hijo mío, a tus quehaceres y a orear un poco la cabeza por la casa; y vete en la confianza de que si con lo tratado aquí entre los dos no me has quitado la enfermedad de encima, me has dado fuerzas y ánimo que ya no tenía para llevarla sin pena ni miedo hasta la misma sepultura; y esto, en mi modo de ver, vale más que una buena salud.