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ZOR. Hijo, el Rey me lo escribe, el Rey lo manda: Yo voy a responder y obedecelle. entre tanto, Jarifa, haz que aperciban Tus mujeres tu ropa, que esté a punto, En tanto que Alborán parte a Granada. JARIFA. Ansí lo haré, señor, que a la partida Ya estoy desde esta tarde apercebida. Váyase el ALCAIDE.

Don Pedro, que continuaba sus diarias visitas para consolar á la madre, hablando del pobre Esteban como si hubiese sido hijo suyo y dedicando serviles sonrisas al capitán, se vió atajado por éste una tarde en el rellano de la escalera. El marino envejeció de pronto al hablar, acentuándose sus rasgos fisonómicos con una vigorosa fealdad. Se parecía en aquel momento á su tío el Tritón.

Doña Pepita era la causante de la desdichada aventura. A ella se le ocurrió ir a Villabona, para ver a su hijo, que le habían dicho que se encontraba herido en este pueblo. Afortunadamente, la noticia era falsa. Doña Pepita, la madre de Rosita, era una señora romántica, con unas ideas absurdas.

, hijo, ; ya hace tiempo que se ha agotado. Pero papá me ha llamado el otro día a su cuarto y me dio dinero. El semblante de Mario se oscureció. Quedó profundamente pensativo. No, aquello no podía tolerarse. Era preciso buscarse alguna ocupación donde quiera que fuese. Hasta entonces todas sus gestiones habían sido infructuosas.

Entonces supo que el tío Tomás era quien había denunciado a Andrés como raptor de su hija Rosa. El juez, en cuanto averiguó que el joven detenido era hijo de un antiguo ministro del Tribunal Supremo, a quien conocía de nombre, escritor público y hacendado, se apresuró a venir a tomarle declaración. Después, mediante fianza, decretó la excarcelación.

Pero dada la severidad natural del carácter puritano en aquellos tiempos, no podía sacarse semejante deducción, fundándola sólo en el aspecto de las personas allí reunidas: tal vez algún esclavo perezoso, ó algún hijo desobediente entregado por sus padres á la autoridad civil, recibían un castigo en la picota.

¡Hijo de mis entrañas? El CABALLERO ¿Qué derecho tienes para darle tu miseria? Guarda tus pechos, y déjalo morir. ¿Ves cómo llora de hambre? Pues así habrá de llorar toda la vida. ¿No te da lástima, mujer?

Era yo muchacho, vicioso y regalado, criado en Sevilla, sin castigo de padre, la madre viuda, cebado a torreznos, molletes y mantequillas y sopas de miel rosada, mirado y adorado más que hijo de mercader de Toledo, o tanto; hacíaseme de mal dejar mi casa, deudos y amigos, demás que es dulce amor el de la patria.

Todo lo advirtió el hijo del brigadier de una sola pero intensa mirada, y no sin pena, recordando el antiguo esplendor de su casa. ¡Oh, mamá! ¿cómo sigue V.? dijo avanzando con efusión hacia ella. Bien, ¿y , Miguel? contestó tendiéndole una mano. Miguel, que iba decidido a abrazarla, se detuvo ante aquella actitud y se contentó con tomarle la mano y apretarla contra su pecho.

Acudió a su lado el seminarista, enteco por naturaleza y extenuado por los ayunos y las maceraciones; y solos, tristes y doloridos los dos en el caserón de Peleches, muriéronse en pocos meses uno tras otro, después de testar en común a favor de Alejandro; y no por aborrecimiento a Lucrecia, bien lo sabe Dios, sino por acumular los caudales libres de la familia en el único encargado de perpetuar el ilustre apellido, y en la persuasión de que la hembra iba en próspera fortuna, no tenía más que un hijo y podía pasarse muy bien sin las legítimas de sus dos hermanos.