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El héroe se apoyaba en su bastón nudoso, y en los pasos difíciles, que eran los más, pedía auxilio al brazo de Sola. Esta no deseaba otra cosa que servirle y complacerle. Hijita le dijo, cuando pasaron de las higueras del tío Reza-quedito, punto desde el cual ya no se veía la casa , hoy tengo que decirte la última palabra acerca del asunto que hace tiempo me trae muy caviloso.

Puede ser, señor; pero se me hace que no han de haber mirado mucho las plantas; ¿qué decís vos, hijita?... Yo la trato a ésta así porque la he tenido en mis faldas... ¡pero hace quince años! ¿eh? dijo Baldomero riéndose. ¿Y ya se van? preguntó la Pampita dirigiéndose a Baldomero... ¡Avisa!... le dijo éste, parándose y contemplándola fijamente. Déjese de zonceras. ¡Cuándo tendrá juicio!

Dicen que no trabajaba bien cuando no había visto por la mañana a «la hijita». El no le decía «Nené», sino «la hijita». Cuando su papá venía del trabajo, siempre salía ella a recibirlo con los brazos abiertos, como un pajarito que abre las alas para volar; y su papá la alzaba del suelo, como quien coge de un rosal una rosa.

Todos los trajes le quedan admirablemente. «¡Precioso, hijita, precioso! exclamo cada vez que se pone uno; todo cuanto te pones te cae maravillosamente. Eres el prototipo de la elegancia, la cifra, compendio y resumen de la gracia femenil».

Todo el mundo le señala para Agricultura. Sabe todo lo que se puede hacer con la tierra. Excepto adquirirla.... Cierto, hijita, excepto adquirirla. ¡Ah! ¡Si me hubiera hecho caso a ! Bueno; pues, como te digo, todo el mundo señala a Eleuterio como ministro de Agricultura. También lo habrás oído decir. ¿Cómo no? Lo dice todo el mundo, y a la vez todo el mundo lo oye.

Pero bien pronto aquella ternura mimosa, o más bien pueril pasividad de que antes hablé, le inspiró confianzas que nunca había tenido. «No es preciso, hijita, que traigas el cajoncillo. Toma la llave y saca lo que te parezca prudente». La señora así lo hacía.

Luego, ya sabes cómo es de gracioso y ocurrente. Hijita, empieza a hablar y a embromarme y... bueno, al ratito no más, ya me estoy riendo como una loca. No tengo carácter y, claro, hace lo que quiere. Tienes que disputárselo al Jockey. , ; pero, ¿cómo? ¿cómo? El otro día, no sabiendo ya qué hacer, me fuí al Socorro, a pedirle a la Virgen que me ayude a sacarle del club.

Por otra parte he descubierto que no se gobierna al corazón, y ellos no podrían dejar de amar, como yo no... ¿Qué, Reina? Nada, señor cura. Lo que yo temo es tener una inclinación a los perdidos, porque Buckingham es lo más interesante... Pero en fin, hijita, desde que lees a Walter Scott, he tratado de hacerte comprender ciertas cosas y parece que todo ha sido inútil.

Un día, dos, pase... Pero hombre... ¡Si supieras cuánto me ha ayudado la pobre...! Mañana veremos. No puedo decirle de buenas a primeras que se vaya... ¿Qué te ha traído Prudencia de la plaza de la Cebada? Las tres arrobas de patatas. ¿A cómo? A seis reales. Mira, hijita, no olvides de apuntar todo, para que cuando yo esté bueno, pueda seguir llevando la cuenta del mes. ¿Has traído aceite?

¿Qué, papá? Su viva y penetrante mirada me traspasó, en cierto modo, de parte a parte, y escudriñó todos los repliegues de mi alma antes de responder: Si esos ojos mintieren, habría que desistir de la verdad... Ya hablaremos de esto otro día, hijita. En este momento, lo mejor que puedo hacer es descansar... Sobre todo, no te agites; la muerte es poca cosa, ¿sabes?