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Eres tan joven. Tan joven... Este era su estribillo. ¿No se sufre lo mismo a los diez y seis años como a cualquiera otra edad? Estos ancianos son incomprensibles. Yo, por mi parte, le contestaba meneando la cabeza: ¡No comprendéis, mi cura, no comprendéis! Al día siguiente, mientras nos paseábamos por el jardín, le dije: Señor cura, esta noche he concebido una idea. Veamos la idea, hijita.

, ya pregunto; y, realmente, siempre está allí. En cuanto llamo, viene él mismo al aparato. Me dice unas cuantas tonterías porque, eso , es de lo más galante pero, hijita, se queda allí. Entonces, tus celos... Tengo celos del Jockey. Porque si el Jockey está antes que yo, ¡que se hubiera casado con el Jockey! ¿No te parece? No, no me parece.

Vamos, ánimo, pobrecita, hijita mía... siguió el padre espiritual cada vez más meloso y consolador. Y ¡por Dios y su madre santa! A España, a España mañana mismo. ¿Con él? preguntó Lucía horrorizada.

Su rostro se transfiguró, abrió los ojos y me contempló como si viera una visión; pero luego que volvió en , sus facciones readquirieron su expresión de gravedad y de tristeza. ¡Vaya, vaya! ¿Qué tienes, hijita? dijo. Estas no son cosas que haces todos los días. Me rechazó suavemente, y también esta vez permanecí parada, abandonada a misma, con el corazón desbordante.

¿Y te has puesto árnica, hijita? ¡Bah, no vale la pena! prosiguió mi tía; comed vuestra sopa, señor cura, y no os ocupéis de esa atolondrada; bien merecido le está. El cura no dijo, pues, nada, me hizo una seña amistosa y me examinó furtivamente. Mas yo no prestaba mayor atención a lo que sucedía en torno mío.

Permíteme, hijita, eso depende del punto de vista en que uno se coloque. ¡Qué poco lógico sois!

¿Quién es ese señor? replicó Juana. El señor de Maurescamp...; mira, hijita mía, ésta es demasiada felicidad... Habituada a creer a su madre infalible y viéndola tan feliz, la señorita Juana no tardó en serlo también, y las dos pobres criaturas mezclaron por largo rato sus besos y sus lágrimas.

¿En tu bolsillo? ¿Y porqué? Porque es espantoso. ¡Buena razón! ¿A quién se ha visto llevar el sombrero en el bolsillo? No se viaja sin sombrero, hijita. Póntelo pronto, en tanto que yo hago registrar tu equipaje.

Á pesar de lo solitario de la situación de Ester, y aunque no tenía un amigo en la tierra que se atreviese á visitarla, no corría sin embargo el riesgo de padecer escaseces. Poseía un arte que bastaba para proporcionarle el sustento á ella y á su hijita, aun en un país que ofrecía comparativamente pocas oportunidades para su ejercicio.

Alfonso, su esposa y su hijita Julia acaban de llegar; me encuentro perfectamente retratada en la cara de Julia. ¡Qué dicha tan grande es la de vernos revivir y florecer de nuevo, cuando nos sentimos decrecer y perder la flor de la juventud! Es verdaderamente lo que era yo a su edad, ¡yo misma, en mi inocencia y en la apacible edad primera!