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Al mismo tiempo, un extraño temor comenzaba a agitarle. ¿Qué era aquello del jugo de hierbas hechiceriles que le habían hecho beber sin que él lo advirtiera? ¿No habría mediado, en verdad, como el clérigo decía, algún filtro, algún bebedizo diabólico?

»Las hierbas, los arbustos, todo parecía poblarlo un mundo de seres alegres y animados, que con sus ruidos, sus gritos y sus cantos parecían entonar un himno de gracias a Dios, que los había creado. Únicamente Magdalena lanzó algunas exclamaciones de entusiasmo; yo no hacía otra cosa que contemplarla.

Con frecuencia, el tronco del árbol separado de la orilla, se queda inclinado por encima de la corriente y su ramaje no está en contacto con las hierbas de la opuesta ribera. Este árbol medio caído, es también una especie de isla por la que nos podemos aventurar sin temor.

Esta mañana ha venido a soñar a mi verde colinita... Allí está de pie, recostado contra un pino, con el tambor entre las piernas, tocando si Dios tiene qué... Bandas de perdigones espantados corren a sus pies sin que lo note. Las hierbas aromáticas perfuman el aire en torno suyo, sin que él las huela.

Se diría que apenas hay ser vivo que no se embriague con el zumo de mágicas hierbas o con el perfume de extrañas flores, las cuales mueven al amor, al deleite y al regocijo, induciendo a la vida para que se acreciente y se difunda y abra nuevos caminos de ser.

Los rebaños diseminados, tumbados en las hierbas salitrosas, o marchando apretados en torno de la roja capa del pastor, no interrumpen la gran línea uniforme, viéndose achicados por ese espacio infinito de horizontes azules y claro cielo.

Hemos tenido algunos pasos difíciles de franquear; usted nos habría sido muy útil: lamento también que se haya privado de contemplar esta playa agreste, sembrada de rocas cubiertas de hierbas y de musgos; ha sido un espectáculo grandioso, a la puesta del sol. Sin embargo, no puedo enojarme, puesto que le hacía usted compañía a mi querida mamá, a quien todos hemos abandonado.

Los árboles flotantes y las hierbas arrastradas por la corriente se suceden en procesión interminable; á veces se oye el estruendo de un trueno; es el hundimiento de un trozo de bosque que las aguas habían minado.

Había corrido mundo, tenía la deferencia de hablarle siempre en castellano, era entendido en hierbas medicinales, sin arrebatarle por esto sus clientes; en fin, que resultaba la única persona de la huerta capaz de «alternar» con él. La aparición era siempre igual.

A pocos metros de la cabaña, se extendía un inculto cercado que, en los cortos días de felicidad matrimonial del socio de Tennessee, había servido de jardín, pero que, en aquel entonces, disfrutaba de una exuberante vegetación de helechos y hierbas de todas clases.