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Y cogiendo a su hermano en brazos como si fuera un chico lo metió en el coche y detrás se introdujo él. El cochero arreó a la bestia y el carruaje se deslizó velozmente y sin ruido sobre la nieve. Mientras caminaban, Santiago teniendo siempre abrazado al pobre ciego, le contó rápidamente su vida.

Gerónimo Zurita puso en el archivo de la Diputacion, entre otros varios papeles, dos cartas de SANTA ISABEL dirigidas á su hermano el Rey D. Jaime 2.º llamado el Justo, que tienen la fecha de los años 1303 y 1319, y siendo tal el aprecio que hacia de esta memoria el Reino, los diputados en 1676 trataron de colocarlas en relicarios; y no habiéndolas encontrado en el puesto en que las señalaba el índice ó inventario, segun la costumbre de aquellos tiempos, sacaron censuras que hicieron publicar en varias partes para obligar á restituirlas, y no habiendo parecido á pesar de estas diligencias, continuaron en buscarlas, y por fin, como dice Dormer pág. 101 en la obra citada, tuvieron la dicha de encontrarlas en 1681, y ordenaron que se guardasen en una rica cartera, y se publicasen por medio de la imprenta con varias notas que les puso el citado Dormer.

Conservábanse en el archivo de la casa algunas de sus cartas: pliegos de papel amarillento con caracteres rojizos, desiguales y confusos, y un estilo que delataba las pocas letras del comendador. Expresábase con soldadesca tranquilidad, mezclando frases religiosas con las más impúdicas expresiones. En una de dichas cartas, que Jaime había leído, escribía alarmado a su hermano de Mallorca en vista de cierta enfermedad misteriosa que sufría éste; y por si era «mal de mujeres, le daba expertos consejos y mágicos remedios.

Cuando se trata de la reina, tío, no hay que pensar más que en servirla. Pues bien; ocúltate, que no puedan verte; aquí en este soportal. Y adiós; voy á ver ahora mismo á mi hermano Pedro. Quiera Dios, tío dijo tristemente el joven , que le encontréis vivo. Adiós, sobrino, adiós; nunca he sufrido tanto; quisiera irme y quedarme.

Algunos domingos, el Mosco invitaba a comer a Maltrana, anunciándole que vendría de Madrid un hermano suyo, capataz de venta de periódicos, el señor Manolo el Federal, gran personaje entre las gentes dedicadas al comercio de papel impreso. Maltrana le conocía. Era famoso en las redacciones por su lenguaje enrevesado y pintoresco y sus juicios sobre la política.

Esta, apoyada sobre el hombro de su futuro hermano, seguía los movimientos del lápiz. Poco a poco se iba esparciendo por su rostro una sonrisa vanidosa. Después de trazar la cabeza, Gonzalo siguió con el busto. Le puso el peinador o matinée que la niña vestía, y se entretuvo buen rato a dibujar minuciosamente los lazos de seda con que se sujetaba por delante. Cuando el retrato estuvo terminado.

3 Y Ahías hijo de Ahitob, hermano de Icabod, hijo de Finees, hijo de Elí, sacerdote del SE

No estaba aún maduro para el amor; prefería al salón de baile el ruido y movimiento del juego de bolos, a la amistad de Rosa o de Margarita la de su hermano, taciturno junto al parapeto de la esclusa.

Aprieta la mano de su hermano más cordialmente que nunca, y lo mira en silencio en el fondo de los ojos, como si tuviera que hacerse perdonar una falta grave. Gertrudis tiene la palidez que causa una noche de insomnio. Su mirada evita la de Juan, y la taza de café que le ofrece suena en sus manos temblorosas.

Dos hermanos, que ya se habían muerto, honrados comerciantes que tuvieron un almacén de tejidos en la calle de la Montera, habían provisto con cariño a sus necesidades y hasta a sus vicios mientras vivieron. A su fallecimiento le dejaron por heredero de una regular hacienda. Le llevaban bastantes años, y más que hermano fue siempre para ellos un hijo mimado.