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No nos sería posible ya atravesar otra vez el campo dijo Adelaida. Parémonos, pues, en la primera casa repuso aquella. La primera casa dijo Adelaida, mirando a través de la naciente oscuridad, es del squire Robinson dijo y echó a Carolina una mirada picaresca que hasta en su inquietud y miedo hizo que las mejillas de la niña se tiñeran de carmín. ¡Eso es!

Los tribunales eclesiásticos juzgaban hasta al mismo rey, pero la justicia seglar no podía tocarle un pelo de la ropa al último sacristán, aunque cometiese los mayores delitos en la vía pública. Sólo la Iglesia podía juzgar a los suyos.

Otro le fue acompañando hasta la puerta haciéndole presente que pensaba dedicarse a la poesía lírica y consultándole al propio tiempo si debía comenzar por el estudio de la Biología o el de la Patología interna.

Isabel y Villa no se habían separado. Consideré con tristeza al pobre comandante, preso de nuevo en las redes de aquel amor imposible, cuando Joaquinita se me acercó diciendo: ¿Mira usted a Villa? ¿Verdad que parece imposible que un hombre formal se ponga en ridículo hasta ese punto? Me encogí de hombros y sonreí. ¡Ponerse en ridículo! ¿Qué le importa al que ama de veras ponerse en ridículo?

Al principio de la guerra, hasta le había irritado la importancia que todos daban al presidente Wilson. Unos y otros contendientes se dirigían á él, apelaban á su juicio, protestaban de las barbaries del adversario. El mismo Guillermo II le cablegrafiaba extensamente para sincerarse con embustes, como si juzgase preciosa la conquista de su opinión.

¡Disparad hasta vuestra última flecha, arqueros! gritó el de Morel. ¡Entonces os quedarán todavía espadas y hachas para vender caras vuestras vidas!

Las manos de la afortunada madre alzaron hasta sus labios el borde de la falda de doña María, y de buena gana habría sepultado su ardiente cara en sus virginales pliegues, pero no se atrevió y se puso en pie. ¿Ese hombre conoce su intención? preguntó de repente la maestra. No; ni le interesa. Ni siquiera ha visto al niño para conocerlo. Vaya a verle en seguida, esta noche, ahora mismo.

Permítaseme dedicar un delicado recuerdo de simpatía y reconocimiento a estas tabletas que desde los cuatro hasta los ocho años van unidas a los momentos más dichosos de mi existencia. A su azucarado influjo quizá deba el autor de este libro la flor de optimismo, que, al decir de los críticos, resplandece en sus obras.

Veo de lejos un objeto: su color y figura se me presentan á los ojos con todos sus pormenores; pero no de qué materia es, si de mármol, ó de barro, ó de cera; ni cuál es el estado de la materia, si es blanda ó dura, húmeda ó seca, caliente ó fria. Hasta puedo ignorar si es tangible; como sucede en las figuras que se forman de simples vapores imperceptibles al tacto.

El amor mío, si hubiese llegado a ser hacia Juan Maury exclusivo y profundo, hubiera tenido que romper dolorosamente el lazo que a mi bienhechor y protector me ligaba; hubiera sido para D. Joaquín horrible infortunio: todo el bien, todo el contento y el reposo y toda la superior serenidad hasta donde había yo logrado elevar su espíritu, hubieran venido a desvanecerse o a hundirse en negro abismo.