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Divide la paciencia en nueve grados o mandamientos. «El primer grado de la paciencia es no empezar la injusticia; el segundo, después que el otro la empezó, no vindicarse de igual manera; el tercero, no hacer al que veja lo que padeces; el cuarto, atribuirse a misma los males que sufre; el quinto, atribuirse más que lo que quiere el que lo hizo; el sexto, no odiar al que hace estas cosas; el séptimo, amarle; el octavo, hacerle bien; el noveno rogar a Dios por él».

Don Antonio gana demasiado dinero para que puedan hacerle mella sus palabras. Además, cada época trae sus costumbres, y no es justo que usted se queje porque las cosas no estén lo mismo que en su juventud.

Yo voy a hacerle un rato de sociedad con más frecuencia que antes. El Chispas vive con él, y no se las campanean mal. Hacen cada cachuela que Dios se chupa los dedos. Pero el pobre Mosco está triste, le falta algo; no quiere que le nombren a la chica, y menos a ti.

Aunque así sea. No iría nadie, o, mejor dicho, irían muchos; pero no a aprender el inglés, sino a hacerle a usted el amor. Ella quedó pensativa. ¿Y si me pusiera a coser y a hacer trajes para las señoras? ¿Pero sabe usted algo de eso? No, pero aprenderé. Quizá fuera práctico. Yo le ofrecí pagarle todo lo que necesitara, aunque dudaba mucho del éxito.

El ingeniero se mostraba triste y desalentado, como todo lo que le rodeaba. Lo único que conseguía hacerle sonreir con una expresión melancólica era el nuevo aspecto de Watson su socio.

Y no obstante, si nos es dable conocer á fondo su índole, su carácter, sus costumbres, su modo de ver las cosas, su sistema en el manejo de los negocios, su trato, su conversacion, sus modales, sus relaciones de amistad ó de familia, raro será que no descubramos muchas de las causas, si no todas, de las que contribuyeron á hacerle infeliz.

Los escombros de su propiedad le servirían de sepulcro. Y la certidumbre de la muerte en las tinieblas, como un roedor que ve obstruídos los orificios de su madriguera, comenzó á hacerle intolerable este refugio. Arriba continuaba la tempestad. Un trueno pareció estallar sobre su cabeza, y á continuación el estrépito de un derrumbamiento. Un nuevo proyectil había caído sobre el edificio.

Los paisanos, puestos en orden, le salieron al encuentro para hacerle frente; y partidos en dos alas, le rodearon para que por ninguna parte tuviese paso libre por dónde huir.

Y sin más tardanza, tocando al arma el cacique escogió una florida escuadra de soldados y se los trajo á la presencia del Padre, en donde cada uno con brío extraordinario prometió morir á su lado si los Manacicas osasen hacerle algún ultraje.

Vivir por él, para él. «Yo nací para esto; para padre». Bonis sentía a la puerta de la iglesia, esperando al capellán que iba a hacerle cristiano a Antonio, sentía la gracia que Dios le enviaba en forma de vocación, clara, distinta, de vocación de padre. « pensaba ; ya soy algo».