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Finalmente, en la delantera y junto al conductor, un hombre, o por decir mejor, un gorro, un enorme gorro de piel de conejo, quien no decía nada de particular y miraba el camino con aspecto de tristeza. Todos aquellos viajeros se conocían unos a otros, y hablaban de sus asuntos en voz alta, con mucha libertad.

Yo conocí una joven y linda novicia que tampoco quería tener más esposo que Jesucristo, y que se ponía furiosa cuando le hablaban de salir del convento, hasta que un Viernes Santo vió a cierto joven al través de la verja del coro. A los quince días la hermosa novicia abrió por la noche una de las rejas del convento y se arrojó a la calle, donde le esperaba su amante y hoy feliz esposo.

Los demás compañeros, que permanecían a caballo, hablaban entre e indicaban hacia el fondo del valle que a la derecha desciende en forma de hendedura hasta Grinderwald.

Iban juntos hacia su barrio y a veces el uno dejaba al otro en la puerta de su casa, sin cesar de charlar hasta el momento en que venía el sereno a abrir. Si la noche estaba buena, solían darse una hora más de palique vagando por las calles. ¿De qué hablaban aquellos hombres durante tantas y tantas horas?

Los automóviles llegaban y partían con mayor rapidez; se notaba desorden y azoramiento en el personal. Sonaban los teléfonos con una precipitación loca; los heridos parecían más desalentados. El día anterior los había que cantaban al bajar de los vehículos, engañando su dolor con risas y bravatas. Hablaban de la victoria próxima, lamentando no presenciar la entrada en París.

Hasta se disputa sobre si fue uno o fueron varios los idiomas: esto es, sobre si los hombres empezaron a dispersarse por el mundo alalos, o digamos, sin habla aún, y en manadas, y luego fueron inventando diversos idiomas en diversos puntos, o sobre si antes de la dispersión hablaban ya todos una sola lengua.

Acercose todavía por ver si podía escuchar algo de su conversación; percibió algunas palabras sueltas, pues hablaban en voz alta, y al cabo de unos instantes creyó oír distintamente la siguiente frase en boca de García: «El pobre Tristán, aunque se cree un gran poeta, no pasa de ser una medianíaEsta frase jamás fue pronunciada por el buen García, ni era posible, pero Tristán la oyó claramente.

Hablaban de Mallorca como de un lugar de delicias; recordaban las provincias de tierra firme, de las que eran hijos muchos de ellos, como paraísos a los que ansiaban volver. ¡Las mujeres!... Era un anhelo, un ansia que hacía temblar sus voces y ponía en sus ojos fulgores de locura.

Y estos medio hombres hablaban, fumaban, reían, satisfechos de ver el cielo, de sentir la caricia del sol, de haber vuelto á la existencia, animados por la soberana voluntad de vivir, que olvida confiada la miseria presente en espera de algo mejor.

Lucía había dejado de ser niña; los objetos exteriores le hablaban ya elocuentemente, y comenzaba a escucharlos; el parque la sumía en vaga contemplación.